viernes, 28 de noviembre de 2014

Presentación

Bueno, el comienzo de una nueva etapa llegó y estoy feliz de compartirlo contigo. Algunos de ustedes ya me conocen por Facebook y para los que no, les escribo esta pequeña entrada donde resumo cómo es que llegué a abrirme un blog. 

 Voy a empezar presentándome, me llamo Adrianna Saran y soy madre de cuatro hijos, curiosa hasta el cansancio y gracias a las redes sociales, escritora. ¿Cómo es eso? Para explicarlo mejor, tengo que remontarme al año 1998.

Una noche vi de “casualidad” en Fox un programa especial de la vida del cantante Ricky Martin. En ese tiempo yo escuchaba sus éxitos en la radio y obviamente, lo había visto millones de veces en televisión, y ¿quién no? si para esa década y más en latinoamerica, su carrera iba en ascenso y a una velocidad de vértigo. 

Aunque tengo que reconocer que no era mi artista favorito, principalmente porque nunca tuve uno en concreto, amo la música y todo lo relacionado al arte, en todas sus formas y colores, él siempre me llamó la atención. Tal vez por eso decidí grabar el programa que lo daban a media noche y así fue que a la mañana siguiente lo vi…, y a la tarde lo volví a ver, y al otro día, y al otro, y al otro…

No sé si puedo describir qué me pasó con él, pero lo cierto es que su vida en la intimidad, la relación con el público, con el equipo de trabajo y su familia, se combinó con el sentido del humor, el carisma que lo rodea, esa mirada chispeante y una sonrisa inigualable.

Durante dos años, el sentimiento de cercanía hacia él me acompañó y lo que creía que era una simple admiración, se fue convirtiendo en un cariño incondicional, sin haberlo nunca en persona. 

En el año 2000, un domingo por la mañana, me pregunté cómo me gustaría conocerlo, qué le diría, de qué hablaríamos…, y tomé un pedazo de papel, literal, y comencé a escribir. 

No pude detenerme en los próximos cuatro meses, escribía durante día y hasta bien entrada la madrugada. Al terminar, me encontré con una historia romántica, de varias páginas y nadie con quien compartirla. Entonces, abracé mi “archivo” y con lágrimas en los ojos, lo guardé en un cajón.

En el 2010, ya viviendo en España, unos amigos viajan a Argentina y me preguntan, qué quiero que me traigan y de inmediato contesté: una bolsa que está en la casa de mi cuñada. 

Cuando volví a tener la carpeta en mis manos, la releí y se me ocurrió abrir un Facebook. Algo totalmente desconocido para mí, todo un desafío. Me aventuré a buscar gente con la cara de Ricky de perfil y tímidamente, comencé a compartir notas de mis escritos.

Así nació El señor Enrique, que puedes leer a la derecha de la pagina donde figuran los capítulos. 

Hoy es mi primera novela y durante cuatro años, estuvo en un blog para el disfrute de los que quisieran y a la espera de una respuesta por parte de la fundación RM ya que mi intención era regalarles los derechos para que al ser publicada, se recaude dinero para tan noble causa. 

Este años, 2014 esa respuesta llegó, pero no de forma positiva. Con mucha amabilidad me escribieron que no les interesa este tipo de proyectos, entonces, lejos de abandonar, decidí adueñarme del personaje, retocar a mi antojo su manera de ser, pincelar el final y relanzarlo.

Por eso este blog, es el comienzo de una nueva etapa, será la plataforma donde compartiré mis libros ya que gracias a cada una de las maravillosas personas que conocí y me apoyan en Facebook, Google o Twitter, no puedo parar de escribir. 

Ellos crearon una escritora fuerte, decidida y feliz. Muy feliz.

Cuando te sumerjas en la historia, espero que recuerdes que son libros escritos con el alma, seguramente tienen errores gramaticales, pero te puedo asegurar que estudio sin descanso para que cada vez sean menos.


Espero que los disfrutes, que sea un placer involucrarte con mis personajes y que despegues de tu rutina. 
Gracias por tu tiempo, los comentarios y por dejarte arrastrar por la magia del amor.



Te espero aquí, en mi face o mi correo electrónico. Siempre serás bienvenid@, acepto todo tipo de criticas.

Te dejo un abrazo gigante y a suspirar se ha dicho...

Capítulo 1


Marzo 2000

Salí de mi cuarto con la boca seca de los nervios para recorrer el estrecho pasillo mirando el reloj.
−¿Qué hora es, cielo?
−Las nueve y cuarto. −Le contesté a mi marido que caminaba detrás llevando la maleta.

Llegué a la escalera y comencé a bajar mirando las fotos que colgaban en la pared.  El primer retrato grande y plateado tenía la carita de mi hijo Santinno, riendo con el flequillo dorado tapándole un ojito. Se la habíamos sacado una tarde de primavera en una estancia en Corrientes, la provincia donde residían nuestros mejores amigos. Santi acababa de caerse de un pony y estaba muy tentado.

En el segundo, su hermana Alexia que había sido cortejo en la boda de su madrina, estaba sentada en una silla con su ramo de flores color salmón y una coronita haciendo juego en la cabeza. “Parece una princesita”, suele comentar su padre, al observar la espalda recta y la mirada orgullosa con la que posó gracias al lugar que le había tocado ocupar.

En el tercer y último portarretrato, Leandro y yo en nuestra boda. Estaba inmortalizada la llegada al salón de fiestas, mi bajada por la imponente escalera, nerviosa y majestuosa a la vez, recogiéndome la falda del vestido con el que había soñado desde la niñez. “Cómo está vestida la novia, no sólo dice su personalidad, sino también cuánto ama al novio” fueron las palabras de mi suegra en el modisto, así que el mío tenía metros y metros entre la falda y la extensa cola.

Él me esperaba al pie, enfundado en un esmoquin, muy atractivo con su pelo castaño bien corto y su media sonrisa que tanto me gustaba. Una mano descansaba en el bolsillo y la otra extendida invitándome a compartir el resto de mi vida en sus brazos. Todavía podía sentir la tierna mirada en esa bajada, sus ojos pardos hablaban de amor, de compañerismo, de hijos… ¿Qué había pasado desde entonces? ¿Por qué creía haber perdido parte de todo eso...?

−Vamos bien. −Sus palabras me volvieron a la realidad. 
-Creo que si -y al girarme me detuve en lo atractivo que aún me resulta, me gustaba su rostro y la seguridad que me brindaban su ancha espalda y los brazos con los músculos bien tallados−, tenemos tiempo.
−¡Mami! ¿Nos vas a traer algo?

Alexia, mi hija de siete años se acercaba mientras quitaba un mechón largo, lacio y castaño de sus ojos almendrados color café.
−Claro mi amor −contemplé su carita redonda y la sonrisa tierna que siempre tiene−, ¿qué quieres que te traiga?
Llevó el dedo índice a la mejilla antes de contestar.
−Un huevo Kínder.
−Bien, prometo traerte uno.

Me causó gracia que ese fuera su único pedido pero, era lo bueno de estar atravesando esa maravillosa edad. Los juegos, las aventuras y comer bastante chocolate eran sus mayores inquietudes, lejos, muy lejos de preocupaciones y amarguras.
−¿Y tú, Santinno, qué quieres?
−Yo también quiero un huevo Kinder. −Contestó a media lengua con sus ansiosos cuatro años. Lo miré con ternura grabándome a fuego esa expresión alborotada y alegre que la mayor parte del día tiene y sonreí.

−Hay que cortarle el pelo –pensé advirtiendo que el flequillo rubio casi le tapaba esos marrones con motas doradas que había heredado de su padre. Con complicidad, le aseguré que a mi regreso tendría el huevo de chocolate más rico que podría encontrar.

−¿Me van a extrañar? 
−Claro. −Repusieron casi al instante, los abracé con fuerza y contuve las lágrimas.

Nos detuvimos en la vereda, el sol acariciaba nuestra casa de dos plantas en la que me sentía muy feliz de vivir. Las flores coloridas adornaban la entrada y el poco césped que las rodeaban estaba recién cortado, las ventanas con cortinas blancas y los dos balcones en madera, le daban la imagen de hogar acogedor y tranquilo.

Me aseguré de llevar la billetera, las llaves, los documentos y  arrodillándome ante ellos les susurré al oído.
−Bueno, si me prometen que se van a portar bien con la madrina, les traigo un juguete a cada uno.
−¡Síííí! –Dijeron a coro y festejaron entre risas y abrazos.

Guardé en mi interior ese sentimiento incomparable que sólo un hijo te puede transmitir y besándolos por enésima vez percibí las manitos regordetas de los dos en mi cara. Me puse de pie y ambos abrazaron una de mis piernas. Con un poco de tristeza y con lágrimas contenidas rodeé a Yamila, mi cuñada, amiga y compañera de aventuras que, con todo el amor del mundo se había ofrecido de canguro durante mi ausencia.

−Quédate tranquila −murmuró−, sabes que conmigo van a estar muy bien.
−Claro, si por eso no me preocupo es sólo que…
−¡Qué nada! −Ordenó seria−. ¡Nada de culpas! Te tomas unos días de vacaciones ¡y ya!
−Tienes razón.

Sonreí nerviosa recordando el fuerte sentimiento que nos unía, siempre nos habíamos llevado de maravilla y era la primera vez que me daba una orden.

A Yamila la conocí una tarde de primavera, mi suegra había tenido que salir y la dejó con cuatro años al cuidado del que ahora es mi marido. Para ese entonces y a pesar de ser una quinceañera inexperta sentí una conexión mágica con ella y no me equivoqué, ya que en tres minutos soltó la mano de su hermano para unirla a la mía y sonreír con picardia. El lazo que nos unió fue tan fuerte que muchos de mis amigos creían que era mi hermana pequeña y no mi cuñada.

Le di un efusivo beso escuchando el encendido de la moto.
−¡Llama!
−¡Sí! Apenas llegue.
Nos dedicamos un incómodo silencio que aproveché para mirar con detenimiento sus ojos marrones y enormes que combinaban muy bien con su amplia sonrisa. Sin querer, mi vista se centró como tantas veces en el hoyito que se le formaba al sonreír en la mejilla derecha, y decidida giré.

Me acomodé en la moto de gran cilindrada, detrás de  Leandro con la pequeña maleta en la espalda y con una mezcla de tristeza y ansiedad, me despedí con la mano hasta que el camino no lo permitió más.

Apoyé la cabeza en su hombro, lo rodeé con fuerza y él sabiendo a la perfección lo que sentía, comentó.
−Vamos, son sólo cinco días, cuando te quieras acordar estás de vuelta.
−Sí, ya lo sé, pero no puedo evitar sentirme culpable por no llevarlos.

−¿Sabes qué pasa? −Dijo levantando el tono de voz por el ruido del tráfico−. Esto te va a durar hasta que veas a Pau. Cuando empiecen a hablar de la secundaria y a reír como locas, ahí se te va a pasar todo.
−Sí, seguro que aparte de recordar tendremos muchas cosas que hablar…, en estos tres años que hace que no nos vemos, tenemos muchos temas de conversación.

Como la velocidad aumentó el ruido del motor no nos permitía mucho diálogo, me limité a abrazarlo mientras pensaba que tal vez esta separación nos hacía bien a los dos. Hacia unos meses ya que estábamos pasando por unos momentos difíciles y esto era como un respiro para nuestro matrimonio. Lo rodeé más fuerte mientras él iba concentrado en el manejo de la moto. Era un chofer experimentado y daba placer verlo zigzaguear entre el tráfico, lástima que a mí el miedo a la velocidad no me dejaba disfrutar del camino.

−¿No te olvidas de nada?
−Creo que tengo todo. −Contesté realizando otro breve inventarios mental de las cosas más importantes que debía llevar.

Había una parte de mí que tenía miedo de dejar a Leandro en casa solo, sospechaba que estaba relacionándose con la señorita que, no muy amablemente me atendía por teléfono en su oficina, y sufría pensando que podría ser cierto. De ser así, estos días serían decisivos para nosotros. Llevaba unos meses celosa, cosa poco habitual en mí, pero su falta de atenciones despertaba la duda de que igual, estaba interesado en otra persona. Él seguía siendo tan seductor como cuando éramos novios, todavía recordaba a alguna mis amigas intentando llamar su atención cada vez que venía a buscarme al colegio con la moto.

−¡Ya llegamos! −Escuché leyendo el cartel grande y azul. “Aeropuerto Internacional Ezeiza”. Respiré profundo. El momento que llevaba meses esperando había llegado. Estaba a punto de irme cinco días a ver a mi mejor amiga.

Nos dirigimos hasta el primer mostrador que encontramos y siguiendo las indicaciones hicimos todos los trámites y controles para dejar la maleta en la zona de equipajes. Tomados de la mano caminamos hasta “embarques”. Los dos respiramos profundo, lo miré a los ojos y me angustié. Acariciando su mejilla áspera y firme,  bajé los ojos hasta sus labios carnosos y, sin pensarlo, lo besé.

−¿Me vas a extrañar?
Su voz grave sonó acompañada por una caricia fuerte en mi nuca y fue cuando leí en su mirada que esa pregunta se la hacía a él también. Guardé las dudas y asentí con la cabeza.

−Claro.
Leandro, a pesar de los años me seguía atrayendo físicamente, pero la rutina, las discusiones y la falta de momentos románticos estaban empañando nuestra relación. 

−Igual hasta me vuelvo antes y todo. −Continué.
−No seas tonta, disfruta y relájate, creo que esto nos viene bien a los dos –se sinceró al fin.

Nos miramos sabiendo a la perfección de qué hablábamos y con otro beso y un fuerte abrazo nos despedimos. El miedo llegó. Las palabras no se me ocurrieron, los besos se reprimieron en mis labios y la esperanza de que nadie pudiera reemplazarme en su vida quedó flotando en el aire. Decidí dejarlo así y que los acontecimientos vinieran sin manipularlos, ya que a mi regreso iba a saber si nuestro amor era tan fuerte como pensaba o no.

Sin quitarle la mirada puse un pie en la escalera mecánica y subí.
−Llámame. −Fue lo último que oí.
−Claro.
Le tiré un beso con la mano, mi pecho respiraba algo ahogado y mis ojos reprimieron lágrimas de miedo e inseguridad.

El momento fue raro, tenía la certeza de que se estaba gestando algo en el aire, como si fuera una despedida definitiva, un paso hacia la vera del camino. Fue tan inexplicable e intenso que al llegar al fin de la escalera tenía una clara lucha interna. Por un lado pensé en la posibilidad de quedarme y descubrir de una vez por todas si era infiel, pero por el otro, un fuerte sentimiento me empujaba a ir y despejarme. Lo pensé un instante y me decidí por seguir la flecha del destino, así fuera a su lado…, o no.

Volví a mirarlo con angustia pero para mi sorpresa, lo vi alejarse. Ese gesto de no haberse quedado hasta que terminara de subir, me dolió y con un leve dolor en la garganta me obligué a girar para dejar de mirarlo. En ese instante una energía fuerte, palpable e invisible me hizo erguir la espalda, respirar profundo y continuar hacia adelante.

Me acomodé en el asiento y coloqué el bolso en las rodillas a la vez que la azafata, con simpatía, indicaba que nos abrocháramos el cinturón de seguridad. Las puertas se cerraron y con un suspiro me preparé para experimentar mi vuelo de bautismo. Las turbinas se encendieron, el carreteo comenzó y una sensación de vértigo me acompañó. Era menos de lo que me había imaginado.

Al perder contacto las ruedas con suelo argentino, cerré la puerta mental a mi vida de ama de casa para afrontar cinco días de risas y nostalgia con mi mejor amiga.

Saqué mi walkman y sonreí recordando las palabras de Leo “¿Cuándo dejarás de usar eso que tiene más años…?”  Sabía mejor que nadie su antigüedad, papá me lo había regalado para navidad unos seis años atrás, pero le guardaba tanto cariño que me acompañaba a todos lados.

Con parte de esos recuerdos y música relajante recosté la cabeza. Pero con el correr de las horas, a voz de Leo resonó sin consentimiento “espero que disfrutes de estos días” en realidad no sabía si era él quien la pasaría mejor. A pesar de haberlo decidido, otra vez la inseguridad hizo acto de presencia en mí preguntándome qué haría si su infidelidad era verdadera. No me imaginaba peleando por su amor, él tenía que estar conmigo porque quería, no por compromiso o culpa.

Las caras de mis hijos, de golpe, aparecieron y aunque eran mis mayores tesoros y deseaba una vida familiar para ellos, no quería una relación con Leandro sólo por ellos. Sabía que les afectaba mucho las frecuentes discusiones que en los últimos meses manteníamos, y que de una vez por todas, debíamos de terminar. 

Para disipar la angustia recordé las recomendaciones que  Yamila me había dado la noche anterior.

−Disfruta y diviértete con tu vieja amiga, no todos los días tienes la oportunidad de viajar sola a otra cuidad, yo estoy muy feliz de quedarme con los chicos.
Sonreí agradeciendo el tenerla a mi lado y de una manera tan incondicional, ya que estaba segura de que si alguna vez mi relación con su hermano se terminaba, a ella la tendría y por el resto de mi vida. 

Subí el volumen de Bon Jovi que me cantaba desde el viejo cassette y, por fin, puse la mente en blanco.

Estaba ojeando la tercera revista sin encontrar nada que captara mi atención, cuando indicaron otra vez que debíamos abrocharnos el cinturón de seguridad ya que estábamos por aterrizar. Casi me sorprendí al darme cuenta de que habían pasado las ocho horas de vuelo.

Cuando mi reloj marcaba las 19:30 hora argentina, el capitán nos daba la bienvenida al pisar suelo de Estados Unidos, más concretamente Miami. Tuve una punzada en el pecho cuando las ruedas se detuvieron pero pensé que era por haber aterrizado, no tenía ni la más remota idea de lo que me aguardaba.

En ese momento dudé. Qué cosas divertidas podíamos hacer dos mujeres solas, una preocupada por su matrimonio y otra que…, bueno que ni ella sabía qué quería de su vida.

Pasé a buscar mi equipaje y una vez que me revisaron el pasaporte, la visa y el bolso de mano, me liberaron. Las puertas se abrieron y entre una muchedumbre, caminé buscando alguna cara conocida. Como no la hallé, dejé la maleta en el suelo y me puse a buscar algún cartel que me indicara si podía fumar o no. 
-¿Qué hago aquí? -pensé nerviosa hasta que sonreí recordando la imperativa carta de Pau acompañada de los billetes de avión. Imposible negarse.
Al cartel no lo encontré, pero su voz retumbó entre el murmullo.

−¡Pato!
Y al darme vuelta la vi caminado rápido. Estaba igual que cuando la conocí con dieciséis años, con el pelo lleno de rulos castaños hasta los hombros, de contextura delgada y sus ojos azules y brillantes. Sus labios seguían dibujando esa enorme sonrisa con la que adelantaba una personalidad simpática y extrovertida.

Nos dimos un abrazo largo y caluroso, nos separamos unos instantes pero aún tomadas de las manos y casi a los gritos nos saludamos.
−¡Hola Pato! ¡Cómo te extrañaba! ¡Qué ganas tenía de verte!
−¡No más que yo! −Repuse y nos abrazamos otra vez.
−¡No puedo creer que estés aquí!
−¡Ni yo! La cuarta es la vencida. –Bromeé con las veces que me había intentado traer. Ambas reímos como adolescentes y tomando la maleta caminamos hacia la puerta principal.

−¿Dónde te habías metido? −Preguntó ya en la vereda.
−¡Aquí, dónde quieres que vaya si no traje ni la dirección de tu casa!
−¿Te la has olvidado? −Dijo mirando el movimiento de la larga fila de coches que estaban detenidos.
−¡Sí! Confiaba ciegamente que estarías aquí.
−¡Cómo no voy a venir si estaba contando las horas para verte!

Se interrumpió para hacer un gesto desesperado para llamar al primer taxi que vio y nos subimos.
Una vez que le dio la dirección al chofer comenzamos a hablar las dos casi al mismo tiempo, teníamos muchas cosas que contarnos y con la ansiedad creo que ninguna se escuchaba. Las carcajadas y las interrupciones fueron protagonistas en todo el recorrido mientras que disfrutaba del increíble paisaje.
−¿Qué tal la pasaré? −Me preguntaba nerviosa mientras Paulina me abrazaba otra vez.
−Es la primera vez que te separas tanto tiempo de los chicos ¿no? –La escuché al detenernos en un semáforo.
−Sí, y por más que sé que están en muy buenas manos, ya los extraño.
−Ese es el problema Pato, hace siete años que los chicos siempre están primero y me parece perfecto, pero también veo bien que en estos días pienses en ti ¿No te parece?
−Sí –recosté la cabeza en el asiento−, creo que necesito pensar en mí, desde que nació la nena no me he tomado un respiro.

−Bueno, esta es una buena oportunidad para pensar y reorganizar tu vida. 
−¡Ay Pau! Yo tengo todo ordenado… ¡Qué dices!
−Digo que cuando vuelvas a Buenos Aires quiero que tengas en claro si quieres seguir con todo como hasta ahora, o no.
Nos sostuvimos la mirada y desistí de mentir.

−Hablas de la infidelidad de Leandro ¿no?
−Entre otras cosas, sí ¿estás segura que en estos días él te va a ser fiel?
−No lo sé, no pongo las manos en el fuego que igual me quemo.
Y será por la cercanía o por tener al fin con quien hablar, pero lo cierto es que los ojos se me llenaron de lágrimas. Ella me tocó la rodilla y con la intención de hacerme reír dijo la primera estupidez que se le cruzó por la mente. 
−A ver si la infiel eres tú. −Y funcionó porque reí casi de inmediato.

−¡Qué pavada! 
-¿Por? 
-¡¿A que va en serio?!
-¿Y por qué no? Eres guapa, joven y estas en una ciudad donde nadie te conoce. ¡Puedes ser quien tu quieras! 
-Estas loca. No creo que en cinco días conozca alguien que me haga perder la cabeza y que me ponga la piel de gallina como Leo.
  Paulina levantó las cejas como poniéndolo en duda.
−¿Por casualidad no tendrás alguna idea rara en mente, no?
   Y por unos segundos la imaginé organizándome una  cita a ciegas.
−No tranquila, es sólo un comentario divertido que se me ocurrió.
−Sí, divertidísimo… −dije sarcástica dando por zanjado el tema.

El auto se detuvo en frente de un gran portón negro y mirando para todos lados, bajamos arrastrando la pequeña maleta.
−¿Sabes una cosa? Tengo el presentimiento que este viaje marcará un antes y un después en tu vida.
Sonreí a la vez que Paulina abría la puerta lateral. 
−No creo que pase nada tan emocionante como para cambiar mi vida.

−Ya veremos… Tengo pensado unas salidas que te dejaran sin aliento. A veces en los lugares más inesperados pasan las cosas más insospechadas.
Le pegué con cariño en el hombro y tomadas del brazo entramos.
−¿Estás segura que no estás internada en un psiquiátrico? −Y riendo como niñas, ella sólo pudo mover el dedo en señal de negación por la tentación que tenía.

Dos hombres de traje negro nos recibieron mirándonos con atención y luego de saludarlos con confianza, me los presentó. Bromeó un poco por el calor y la vestimenta que debían de llevar y agradeciendo su bienvenida, nos alejamos. 

Seguimos nuestro camino adentrándonos en  un jardín que se asemejaba a un bosque con diferentes árboles, flores y palmeras sobre una alfombra de césped, atravesado por un camino de grava, anaranjado y escoltado por farolas.
−Cuéntame cómo están los chicos. −Interrumpió mi deleite con la naturaleza
−¡Bien! ¡No sabes qué grandes que están!
−¿Me habrás traído fotos verdad?

−Sí claro, Alexia ya pasa a segundo grado y Santi empieza con cuatro años el jardín de infantes −hice una pausa sintiendo otra vez culpa por no haberlos llevado y continué−, están con Yamila ¿recuerdas a mi cuñada?
−¿La hermana de Leo? −Preguntó luego de hacer un poco de  memoria−. ¡Claro!

−Era chica cuando la viste por última vez, pero ya tiene dieciocho años.
−Bueno no tienes de qué preocuparte entonces. Cuando vuelvas te van a decir “¿ya llegaste?”
−¿Te parece?
−Claro, con su tía la van a pasar tan bien que no van a tener tiempo de extrañarte como te imaginas.

 Ambas reímos mientras la imponente residencia de tres pisos se asomaba al final del camino.
−¡Qué lindo que es esto!
Me maravillé viendo que el sendero se abría dándole lugar a una delicada fuente de agua en la entrada misma de la casa.  Nosotras tomamos un  camino lateral de lajas negras que rodeaba a la mansión.

−¿Viste? ¿A qué es precioso? –Pau se adelantó guiándome−. Parece que estamos en una isla desierta, hay tanta paz aquí…
−Es una maravilla. −Murmuré tratando de sacar la vista de tanto verde.
  Giré el cuerpo y me encontré con una puerta de madera que me llevó al interior de una cocina de película, con  suelo de mármol en un beige casi blanco, todas sus mesadas y alacenas en algarrobo, ventanas de madera adornadas con cortinas de voile estilo románticas, una mesa para ocho comensales, brillaba en un rincón justo al lado de un gran ventanal. 

La vista daba al “bosque” que acababa de atravesar, al otro extremo se veían las puertas vaivén y en el centro mismo, una isla con seis banquetas le daba un toque informal entre tanto belleza.

  Dos mucamas, que habían pasado inadvertidas para mi, estaban viendo televisión sentadas a la mesa, nos miraron y acercándose Paulina nos presentó.
−¡Qué bueno! Creí que iba a tener que sacar a relucir mi espantoso inglés.
−No, aquí se habla prácticamente los dos idiomas. –Me informaron entre risas.

−¡Menos mal! −Suspiré aliviada.
Luego de darme la bienvenida caminamos por un pasillo y nos detuvimos en la primera puerta, que como era de esperar era la habitación que iba a usar en mi corta estadía.
 −¿Te gusta?
 Su pregunta fue acompañada por el ruido de la cerradura de la puerta a su espalda, Pau esperó el veredicto apoyada en la madera y cuando terminé de recorrerla, asentí encantada.

El hermoso juego de dormitorio de dos plazas en roble, con una mullida cama estaba adornado con el cubrecama celeste y varios almohadones con volados en blanco. Las paredes empapeladas entonaban muy bien con esos detalles en azul,  haciendo juego con la alfombra. Una gran ventana de dos hojas, daba a una parte más tupida del jardín y a derecha un pequeño baño que la hacía perfecta.

Me recosté en la cama, ella fue hasta el baño para asesorarse de que estuviera todo en orden.
−Espero que estés cómoda.
−Seguro Pau, quédate tranquila. Es hermosa.
Me acosté para descansar la espalda mientras ella,  sentada en el borde de la cama, charló conmigo durante un buen rato. 

El tema principal fue la duda que la abrumaba relacionada a una historia de amor que  estaba viviendo en esos momentos. Aunque los ojos azules chispearon al hablar de él, ella insistía en que no debía aguardar demasiadas esperanzas en que funcionara.

Inmersa en la conversación, recordé cuando íbamos al colegio y nos contábamos todo lo que nos pasaba. Qué bueno era saber que esta amistad había sobrevivido al paso del tiempo y la distancia.

Ambas hicimos una pausa cuando el sonar del teléfono me hizo acordar que tenía que llamar a casa, miré mi reloj que marcaba las diez de la noche, hora argentina.
−¡Qué tarde es! Tengo que llamar a casa.
−Ahora vengo, y será mejor que arregles la hora que acá son las siete de la tarde.
Asentí y quedé girando las agujas del reloj entre el silencio que reinaba.

Regresó con un teléfono móvil.
−Toma, llama de aquí.
−Ya veo que tienes todo pensado ¿no?
−¡Sí, señorita! −Bromeó autoritaria−. Y esto recién empieza. Tengo muchas cosas planeadas para estos días.

−¡Ay! Pau veo que por más años que pasen, ¡no tienes arreglo! Siempre te ha gustado organizarlo todo.
−Sin embargo a ti −comentó poniendo los ojos en blanco−, te gusta todo improvisado, “que sea lo que Dios quiera” es tu lema.
−No puedo discutirlo, tiene toda la razón, señorita.
Ambas reímos y marqué el número.

−Te mandan besos y abrazos. −Dije tirando el móvil en la cama mientras recostaba la cabeza en la almohada. Ella de espaldas se quedó quieta, dejó de ordenar mi ropa en el armario y lentamente se giró.
−¿Pero…? ¿Leo te ha dicho algo que te ha molestado?

−No −contesté mirando la ventana−, Leandro no estaba en casa. −Nos miramos por un instante hasta que rompió el silencio.
−¿Y no sabes dónde ha ido?
−No, Yamila sólo me ha dicho que se había ido con la moto.
Pau continuó colgando una camisa, era imposible que apaciguara mis celos con palabras. Leo era un hombre que fácilmente podía seducir a una mujer y yo lo sabía de sobra.

−¿Sabes lo que voy a hacer? −Interrumpió mis pensamientos−. Voy a la cocina, preparo algo bien sabroso y comemos acá las dos solas ¿qué te parece?
Forcé una sonrisa y asentí.
Pau se había ido y con la cabeza revolucionada, busqué un cigarrillo. La voz de mi marido apareció otra vez, “Igual nos hace bien estar separados…” ¿A qué se referiría? ¿A pensar? ¿A estar libremente con alguien? O ¿A decidirse por alguna de las dos…?

El humo hacia dibujos en el aire pero yo no los veía, tenía un sentimiento de impotencia, incertidumbre…, hacía algún tiempo ya que estábamos juntos pero lejos, distanciados el uno con el otro, pero él seguía siendo mi marido. ¿De verdad no debía luchar por él? ¿Se lo tenía que dejar todo tan fácil? Apagué la colilla y aparté esas ideas de la mente.

Cuando la puerta se abrió apareció Pau con una bandeja con sándwiches tostados y vasos de refrescos para las dos. Me acomodé prohibiéndome pensar más en el tema, no era justo, durante tres años planeamos estar juntas docenas de veces y ahora que lo había logrado, no permitiría que nada ni nadie se interpusiera entre Pau, Miami y yo durante estos cinco días.

Nada ni nadie.
−¡Qué rico!
−Sí, sé que son tu debilidad. ¿Recuerdas cuando íbamos a  cuarto año de la secundaria y frecuentábamos el bar en la esquina del instituto?
Sí −exclamé nostálgica−, llegábamos, nos pedíamos unos tostados y ocupábamos todas las mesas.
−¡Es verdad! ¡Si éramos pocas poníamos las piernas en otras sillas!

−¡O las mochilas! −Dije casi a gritos.
−Casi siempre nos regañaban…
−¡Cuándo no, nos echaban!
−¡Qué recuerdos! −Exclamamos casi a coro, nuestros ojos estaban en la habitación, pero ambas habíamos vuelto al bar, al uniforme escolar que usábamos en esos años de risas y despreocupaciones, a la adolescencia.

El sonar del teléfono nos sacó de las anécdotas del colegio.
−Pau, ¿Tú no tendrías que estar trabajando?
−¿Por qué? ¿Ya me estás echando? –Bromeó enroscando uno de sus bucles en el dedo.
−No seas tonta, es sólo que no quisiera causarte problemas.

−No te preocupes, cuando el señor está de viaje cocino sólo para nosotras, que contigo somos cinco. Ahora cuando él viene se me complica un poco más ya que por lo general se llena la casa de gente y ahí empieza el baile. Eso sí −continuó con el sonido de fondo del sonar del teléfono−, éste no para nunca y lo único que te voy a pedir es que aunque suene mil veces, no lo atiendas.

−No, quédate tranquila  que ni siquiera lo voy a tocar.
Me estiré en la cama mientras ella recogía las cosas,
−Pau, siempre hablas del señor, ¿y la señora?
−No −contestó llegando hasta la puerta−, aquí vive un hombre solo, no hay señora. −Terminó con una sonrisa tratando de que no se le cayera nada de la bandeja.

−¿Semejante casa para un hombre solo? −Pensé en voz alta.
−Sí, tres pisos sólo para él, pero… −se interrumpió al escuchar otra vez el sonar del teléfono, a continuación su nombre retumbó en el pasillo y revoleó los ojos.
−Ahora vengo y te cuento bien.
Al quedarme sola encendí la televisión, me quité las zapatillas, desabroché el botón del jeans y me puse a ver videos en el canal de música MTV.

Cuando estaba a punto de dormirme Pau entró con gesto evidente de nerviosismo.
−¿Qué pasa? −Pregunté mientras se acomodaba en los pies de la cama.
−No nada, bueno sí, es sólo que…
−Es que ¿qué? –Mi tono destilaba un alto grado de ansiedad que no pudo ignorar−. ¿Pasó algo en casa? ¿Leo está bien?

−Sí, sí, no es de tu casa, es que…, llamaron del aeropuerto.
−¿Y? Paulina ¡Vamos! ¿Qué pasó?
Ella respiró profundo, se pasó la mano por la frente y finalmente contestó.
−El señor, el señor Enrique está por llegar.               







  


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