viernes, 28 de noviembre de 2014

Capítulo 8

    Llevamos la bandeja adentro donde se respiraba un ambiente ajetreado. Durante la comida a las chicas las noté algo distantes, como si ya no pudieran hablar con tranquilidad por mi presencia, pero decidí que eso no iba a incomodarme. 

      La única que me llamaba la atención era Alejandra, que no me dedicó ni una sola mirada, pero no tenía tiempo para hacerla cambiar de opinión ya que a las tres de la tarde en punto, ya estábamos listas para salir.

      −Esto nos viene bien −Paulina se miraba en el espejo de mi cuarto−, porque de todas formas hoy quería salir contigo.
     −Sí, ¡y yo!, porque al final casi no estuvimos juntas y además quería ir de compras. Cómo le explico a Leandro que no gasté ni un dólar en Miami, sola y con mi mejor amiga.

     −¡Seguro! No te creería ninguna excusa.
    −No. ¿Vamos?
    Paulina asintió mirando su reflejo por última vez.  Siempre estuvo contenta con su figura, ella posee lo que se dice un cuerpo latino, buena delantera y buena trasera, no pasaba inadvertida nunca y con su personalidad extrovertida formaban la combinación perfecta. 

     El pantalón negro pescador y la camisa celeste con un lazo marcándole la cintura que había elegido, la hacía mucho más estilizada y le combinaba con el azul profundo de sus ojos.

   Llegamos hasta el amplio garaje dónde un hombre robusto cincuentón acariciaba una Ferrari blanca con una franela. Pau y él se saludaron con mucha amabilidad y entre algunas bromas y comentarios del calor que hacía, ella le informó de nuestras tareas.

     −Está bien, ¿Cuál se van a llevar?
   Desvié mi mirada admirando los cuatro coches y la camioneta negra todo terreno, volví mi vista hacia Pau que esperaba tanto una respuesta como Horacio.

    −Creo que llevaremos este. −Dije al fin señalando un Mercedes gris acerado.
       −Bien ahora mismo lo saco.
      Las dos caminamos hacia fuera esperando al coche que se estaba poniendo en marcha.

    −No sé si puedo manejar esa belleza. −Susurré entre dientes.
    −Claro que puedes. −Respondió imitándome.
    −Muy graciosa.
    −¿Llevas el carnet de conducir? −Asentí a la vez que el coche se detenía al lado de la puerta y Horacio bajaba preguntando si necesitaríamos chofer.

     -No gracias. −Se adelantó ella por temor a que yo dijera lo contrario.
   Acomodé los espejos, nos abrochamos el cinturón y con mucha delicadeza descansé mis pies en los pedales, puse primera y, girando el volante, salimos por el camino empedrado. Llegamos al portón y de la cabina de la derecha salió Hernán, el custodio que ya conocía. Bajé el vidrio e, inclinándose, nos recibió con una sonrisa.

      −Buenas tardes, ¿van lejos?
    −No −le contestó Paulina desde el asiento del copiloto−, vamos a ver centros comerciales. Salida de mujeres.
      Y por un momento pensé que iba a llamar al dueño de casa, después de todo se estaban llevando un Mercedes la cocinera y una perfecta desconocida, pero para mi sorpresa asintió.

   −Ya veo −desvió la vista hacia los asientos traseros−, ¿necesitan custodia?
     −No, gracias.
      −Muy bien, que se diviertan entonces −se giró sin esperar respuesta, volvió a su lugar y la puerta de rejas negras, se abrió.
     -¿Custodia? -me reía incrédula al salir de la propiedad. 

    Así fue que Paulina y yo recorrimos el centro de Miami, en un Mercedes y con dinero suficiente como pasar las próximas horas de compras. ¿Qué más se podía pedir?
      −Ay Pau –suspiré mirando por los espejos−, ¿a dónde me llevará esta noche?
      −No tengo ni idea, pero de algo estoy segura. No creo que la pases mal, él tiene un tacto especial para hacer que la gente esté a gusto.

    −Me encantaría estar tan segura, pero no sé…, ir a una reunión, en un mundo al que desconozco, no me tranquiliza en lo más mínimo.
    −Te entiendo pero, como te dijo por teléfono, no tienen tiempo de estar separados.

    −Creo que tienes razón. −Suspiré resignada saliendo de un semáforo.
     El resto del recorrido fue relajante, el conducir siempre tuvo ese efecto en mí y con las risas de ella, la estaba pasando realmente bien. Llegamos al estacionamiento del gran centro comercial y, emocionadas, nos encaminamos hasta las plantas superiores. La ropa era variada, pero predominaba la llamativa, los zapatos encantadores y el ambiente sumamente tentador. 

    Nos dio tiempo suficiente para comprar regalos para los chicos, amigos y por supuesto Leandro, antes de sentamos a tomar unos refrescos y comer unos deliciosos sándwiches.
       −Cómo nos costó el regalo de tu marido…
       −Sí, nunca antes me había pasado.
       −Hay muchas cosas que nunca te habían pasado ¿no?

      −Ya sabes la respuesta. −Murmuré algo contrariada.
      −No sabes lo que vas a hacer ¿verdad?
     Negué con la cabeza tragando la bebida con dificultad, los pensamientos se centraban en una sola cosa: al día siguiente salía mi vuelo, pero no tenía ni idea de cómo encararía mi vida con lo que estaba viviendo.

   −¿Recuerdas mi comentario en el taxi? −Me miraba moviendo los hielos en su vaso.
      −No −mentí rotunda−, no me acuerdo.
     −Sé que estas mintiendo, te conozco −aseguró entornando la mirada−. Te dije: creo que este viaje va a marcar un antes y un después en tu vida. Pero nunca pensé por dónde iba a venir la cosa. Tú y el señor Enrique.

     Sonreí y mirando distraída a las personas que desfilaban por el lugar, pensé en voz alta.
   −El señor Enrique. Cuando te oí ese nombre en la habitación, me imaginé un hombre mayor, con barriga, algo calvo y amargado.

   −Yo me quedé pensando mucho, retrocedí en el tiempo preguntándome cómo nunca te había contado nada, y me acordé que primero te mudaste, y tardaste más de seis meses en mandarme tu nueva dirección.

     −Sí reconozco que no te escribí en un tiempo ya que después del nacimiento de Santinno los meses, los años se me pasaron volando, se me multiplicó el trabajo y quedé sin vida propia. 
     -Y Leandro no ayudó demasiado, ¿verdad?
    Con una mueca de resignación le contesté a una persona que conocía hasta el último de mis secretos. 
   −Y luego era tanto lo que extrañaba, -prosiguió con su relato para ayudarme a apartar imágenes angustiantes que se me habían aparecido-, lo que tardé en adaptarme, que mis cartas eran un desahogo de frustraciones y nostalgia, entonces ni se me ocurrió contarte para quién trabajo. Además en gran parte del año parece que esa casa no tuviera dueño. Viaja mucho.

    −Me imagino, y para peor −comenté retrocediendo en el tiempo−, después Daniel se casó, tuviste desilusiones amorosas, entonces el tema principal era otro, y a mí tampoco se me cruzó por la cabeza escribirte la reciente admiración que siento hacia él y su música. 

      −Entonces llegaste así, sin saber nada.
      −Virgen -y reímos con ganas-, imaginándome un dueño de casa viejo y gruñón.
    −¡Nada más lejos de la realidad! Yo me puse tan nerviosa por su llegada inesperada que no caí en cuenta que no sabías quién era el señor Enrique. 

      −Y solo hace cuatro días de eso.
    Un nudo en la garganta no me dejaba comer bien, pero decidí que no podía llorar, que para la tristeza y la melancolía ya iba a tener tiempo y de sobra. Ahora sólo me enfocaría en las pocas horas que me quedaban en Miami y disfrutar cada minuto.

    −Dime una cosa, no me terminaste de contar la primera noche que llegué cómo sigue tu historia con Gabriel.
     Ella se puso tensa y mirando el reloj quiso escapar del tema.

     −¡Paulina! Yo también te conozco, vamos, cuéntame todo.
    −No tengo mucho que decir, a Gabriel como sabes lo conozco de venir de visita a la casa, de largas tardes metido en estudio de grabación y lleva algún tiempo empecinado en que salgamos a algún lado otra vez, pero…

     −¿Pero qué? ¿No te gusta?
     −Gustarme, es poco, me encanta, ¡es perfecto! −Dijo tras un suspiro.
   Gabriel era de la misma edad que nosotras, atractivo y por su trabajo bastante observador y sentimental. Aunque ella lo veía algo frívolo, como casi todos los que rondaban el mundo artístico, en el fondo sabía que era mucho más cercano de lo que quería reconocer. 

    Le costaba admitir que no le encontraba trabas, que era un hombre bueno, risueño y bien parecido que sólo quería una oportunidad para empezar una relación seria.

     −¿Pero...?
     −No sé Pato, me da miedo ¿estás contenta? ¡Lo admito!
     −¿Miedo a qué?
     −Ya sabes lo mal que la pasé otras veces…
    Ambas recordamos que Pau en las últimas relaciones había tenido lo que se dice, mal ojo. Ninguno de los tres anteriores amigos había podido llegar al fondo de sus sentimientos. 

    Ella quería una relación completa, con mimos, halagos y contención, el hecho de estar en otro país habían hecho aflorar sus más vulnerables emociones. Pero, por desgracia ellos sólo la vieron como una chica sumamente atractiva y el deseo se puso por encima de cualquier sentimiento.

      −Cuéntame bien ¿cómo te conoció?
    Pau entró en detalles, era compositor y tan amigo de Kiki y sus músicos, que las visitas mientras él estaba en casa eran frecuentes y duraderas. Ella se había percatado más de una vez de sus miradas y, si bien al principio la incomodaban, en poco tiempo las buscaba, las deseaba, pero el miedo a llorar otra vez por amor, la paralizaba. 

    Se derritió la mañana que Gabriel aprovechando que todos estaban en el estudio de grabación, entró en la cocina y acercándose por la espalda, le pidió salir a tomar algo esa misma noche. Sabía por su amigo que tenía la tarde libre y no pudo discutirlo. Su voz y la forma de decírselo le habían cortado el aire y casi de inmediato, aceptó sin girarse, petrificada y sin pensarlo.

      −¿Y qué tal la salida? ¿Cómo te trató?
      −Como a una reina, es caballero hasta decir basta, es de los que te abren la puerta del coche y están atentos a cada cosa que te gusta, pero al igual que tú, pertenezco a otro mundo. Ellos, ya sabes, van de fiesta en fiesta, entregas de premios, cenas, hacen otras cosas, no sé…, se relacionan con otro tipo de personas, y yo soy más sencilla, me gusta lo tranquilo, a mí no me va la vida loca.

−¿Y no te pusiste a pensar que quizá, él busca lo que tú estás diciendo? ¿Y si está cansado de la vida loca y, al igual que el señor Enrique, disfrutaría con tu compañía sencilla y tranquila?
Suspiró y una analítica chispa brilló en sus ojos azules.

      -Tal vez…
     −Dale una oportunidad, se lo está trabajando el chico ¿no?
     −Sí −dijo con una tierna sonrisa−, tiene paciencia ¿sabes? Y además, para serte sincera, de sólo pensar que puede bajar los brazos y dejar de intentarlo, me inquieta.

     −No te quedes con la duda Pau, tú que puedes… Igual te estás perdiendo la oportunidad de tener lo que tanto buscas. Gabriel no tiene por qué pagar los platos rotos de las anteriores experiencias, además, hazle caso a tu pálpito ¿Qué te dice? −Tardó un poco en contestar.

      −¿Sabes lo qué te digo? Que voy a aprovechar que mi jefe…
      −¿El señor Enrique? −Pregunté riendo.
   −Sí, el señor Enrique tiene planes esta noche y lo voy a llamar.
   La adrenalina nos motivó, ahora buscábamos las dos algo lindo que ponernos para la noche. 

     A ella le resultó más fácil que a mí, tras hablar por teléfono quedó para una salida informal, así que sólo compró una remera de lycra y unas sandalias, sin embargo yo…

    −¡Pato, es el tercer shopping que visitamos! Y estoy cansada…
    −Ya, ya lo voy a encontrar −contesté mirando cada vidriera que pasaba−, además te pareces a Alexia, o peor a Santinno, que cuando está cansado se sienta en cualquier lugar y no hay quien lo levante.

Cuando terminé la frase se había dejado caer con gesto de desmayo en un asiento.
      −Bien, lo sé, estoy un poco indecisa.
    −¡¡Un poco!! ¿Sólo un poco? Miramos de todo y nada te gusta, ¿Por qué no te compraste el rosa?
      −No, ese no me gustó, además, me hacía…, gorda.
     −¿Y el verde?
     −Tampoco, parecía un dólar.

     −¿Y el negro?
     −No, es muy común ir de negro por las noches.
      −¡Basta, mis nervios no dan más! Además ¿viste la hora? Es tarde.
     −Bueno, voy por un refresco y vuelvo, no me muevas de aquí.
     −Tranquila que aquí me vas a encontrar.

     Me fui pensando que a partir de la llamada a Gabriel, Pau estaba más dispersa, su mente ya no estaba conmigo y eso me encantaba. Tenía muchas ganas de que encontrara a alguien que la mimara, que la respetara y que la necesitara y, algo me decía que este hombre podía darle todo eso. 

    Por lo que me había contado era perfecto, a no ser que no le gustara físicamente. Eso no lo tenía como opción. ¿Y si era feo? ¿O desarreglado? Ya me enteraré, me hablé algo intrigada.

      −¿Tardé mucho?
    −No −dijo sin mirarme y con los brazos cruzados en el pecho−, bueno, tal vez un poco, ¿adónde vamos ahora?
      −A casa, que si no, no vamos a estar listas.
     −Y el… −se giró y me vio parada con dos grandes bolsas a mi lado.

   −¿Ya está? ¿Lo encontraste? −Preguntó con los ojos como plato.
     −Sí, pasé y me enamoré, es perfecto.
   −¡¡A ver!! −Se tiró sobre las bolsas, pero con un rápido movimiento esquivé el empujón que me habría dado si no fuera por mis reflejos.

   −¡Ni se te ocurra! Estás muy nerviosa para mostrártelo. Además, igual lo miro otra vez y me arrepiento.
    −Tranquila −se apuró−, te lo veo puesto en casa, ahora saca las llaves del coche y vámonos.

    Riendo como era costumbre en nosotras, regresamos.

     Estaba colgando el vestido en una percha cuando golpearon la puerta, abrí y me encontré con Alejandra con el teléfono.
    −Tienes una llamada.
   Agradecí y atendí.
   −¿Hola?
    −¡Al fin! Te llamé varias veces ¿te avisaron?
    −No. –Contesté pensando que Alejandra no me había dicho nada, pero la verdad, no me sorprendía en absoluto.

      −Se les habrá pasado. −Habló bajando la voz.
     −¿Puedes hablar?
      Su simpática risa se hizo oír.
    −Más o menos, si algo nos faltaba era hablar a escondidas como adolescentes −no esperó respuesta y continuó−, ¿lo encontraste?

      −¿Qué cosa?
     −El vestido, seguro que recorriste todas las tiendas hasta comprarlo.
     −No, te equivocas −mentí descaradamente− a la primera, lo vi y lo compré.
       Ambos reímos sabiendo que no había sido así.
      −¿Cómo es?

     −¡No te lo voy a decir! Si quieres verlo, ven ahora que lo tengo puesto. −Volví a mentirle sintiéndome atrevida.
    −Muy tentador −tenía la voz ronca−, con qué ganas estaría ahí primero para verte y luego para quitártelo.
Sentí su respiración en el teléfono y un escalofrío me recorrió

     −¿Qué auto te llevaste? –Rompió el silencio elevando el tono.
     −El Mercedes.
     −Es mi preferido.
     −¿De verdad?
    −Sí, es el primero que me compré y lo uso de caballito de batalla.

       −¡Lo elegí sin saberlo!  
    −Haces muchas cosas que me gustan sin saberlo. −Otra oleada de calor volvió hacia mí.
     −¿Te falta mucho para tocarme… ¡para venir!? −Me corregí sonrojada.
      Su risa fue intensa y endiabladamente divertida.

   −¡Seguro que estás colorada! −No me dio tiempo a decirle nada cuando volvió a hablar−. No sé, estoy en la discográfica resolviendo algunos temas para mi nuevo disco, pero, mi compositor tuvo una llamada y creo que está un poco ansioso por terminar.

     −Ah, mira −traté de ser natural e inocente−, ¿igual tendré que llamarte yo para que también tengas ganas de irte pronto entonces?
   Otro escalofrío recorrió mi espalda cuando el susurro agazapado atravesó la línea telefónica.

     −Eso se llama “maldad” señora.
    −No señor, eso se llama ganas de verte. −Por unos instantes solo oí su respiración y me lo imaginé acalorado.
    −¿A qué hora tenemos que salir? –Pregunté cambiando el tono, intentando tranquilizar mi corazón.

       −Se supone que a las nueve, pero no sé si llego.
      −Bueno, yo voy a estar lista.
     −Bien, a las nueve voy a tratar de estar en casa para tocarte... ¡Para que salgamos a tiempo! −Se corrigió al instante− Te mando un beso. −Ambos reímos y cortamos.

    Como tal vez en algún momento de mi niñez habré hecho,  no contuve la alegría y di unos saltos en la cama, pero tuve la mala suerte de que Pau justo entrara meneando la cabeza con preocupación.
      −Estás peor de lo que pensaba.
      −¡Vamos, que esta noche tenemos fiesta! Ven conmigo, si te mueres de ganas de hacerlo.

Y para mi sorpresa, se descalzó, se subió a la cama y saltó conmigo largando sonoras carcajadas.
      Durante las próximas horas nos arreglamos, nos pintamos las uñas, nos depilamos las cejas y nos divertimos mucho especulando con la salida que nos aguardaba.

     −Pau, creo que para que la noche sea perfecta, voy a llamar a mi casa.
    −Me parece genial −dijo improvisando peinados en frente del espejo−, ahora te traigo el móvil, pero que nada empañe la salida. −Advirtió apuntándome con el dedo índice.

    −Te lo prometo.
     −Hola. −Escuché la voz de Alexia.
     −¡Hola mi amor! ¿Cómo estás?
     −¡Mami! ¿Mami cuando vienes?
    −Ya falta menos, tranquila, ahora cuéntame ¿qué tal todo en casa?


       −Bien, bueno ¡todo bien no!
      −¿Qué pasa?
    −Santi, mamá, me rompió el cochecito de la muñeca.
      −Habrá sido sin querer. −Interrumpí su angustia.
     −No mami se sentó arriba.
      Sonreí por lo bajo, para ella eso era todo un problema.
    −Bueno sabes una cosa, ahora hablo con la madrina y se van a comprar otro nuevo ¿te parece?

      −¡Sí! ¡Gracias!
       −Bueno, así te quiero, contenta y ¿tu hermano?
      −Está durmiendo la siesta.
       −Entonces quiero hablar con Yamila.

       −Ahora te paso. Un besote mami ¡y que te diviertas mucho!
      −Gracias hija. −Contesté con un poco de culpa.
       −¡Hola Pato!
      −¡Hola Yami! ¿Cómo va todo?
     −Bien tranquila, los chicos se portan re bien, se pelean un poco pero nada grave ¿y tú?

      −Yo, muy bien disfrutando de Pau, del lugar que es hermoso e intentando poner mi cabeza en orden. −Por más confianza que le tuviera, lo que estaba viviendo con Kiki era imposible de describir por teléfono−. ¿Y Leo? 

     −Bueno no te quiero arruinar las mini vacaciones pero, casi no está en casa, creo que tienes razones para sospechar. −Me dolió pero no me sorprendió, traté de reprimir la bronca y respiré profundo.
     −¿Lo viste en algo?

      −No, no vi nada pero no sé, está raro. Se va para hablar con el móvil, viene tarde, no sé. Pero bueno, tú no te amargues, disfruta y a la vuelta, me cuentas todo ¿sí?

      −Está bien −contesté con tono ausente. Ahora no era la única que sospechaba y de mi cuñada me podía fiar, somos muy unidas y ninguna le haría daño a la otra por nada del mundo−, ¿sabes que te quiero mucho no?

       −¡No tanto como yo!
      Ambas reímos y luego de decirle que solucione lo del cochecito de Alexia, con cariño nos despedimos.
   Traté de sacar la angustia que sentía y la incertidumbre que rodeaba mi matrimonio porque ese no era el momento de sufrir o de tomar decisiones. Ahora no.

El reloj marcaba las nueve y cuarto y, aunque estaba hecha un manojo de nervios, al verme al espejo me relajé, Pau y yo habíamos hecho un muy buen trabajo. 

El vestido era largo casi hasta los tobillos, la delantera de anudaba en la nuca dejando la espalda al descubierto, adornado con algunas piedras en la parte del escote, que realzaban mis pechos y ayudaban a estilizar la cintura. La falda vaporosa de seda y un tajo pronunciado desde la cadera, se abría en la pierna derecha al caminar. 

Era una mezcla de formalidad y sencillez, el color celeste nacarado ayudaba a resaltar el castaño de mis cabellos recogidos con un rodete que me había hecho Pau. El maquillaje discreto, no acostumbro a ponerme demasiado, y las sandalias haciendo juego con un taco bastante alto que ayudarían a no sentirme tan pequeña frente a su estatura. 

Me puse unos aros discretos de oro que se veían entre mechones que me caían en la sien y en la nuca y, al intentar abrochar la pulsera haciendo juego, se me rompió un eslabón. Salí del cuarto buscando a Pau. En la cocina estaba Alejandra que, luego de recorrerme de los pies a la cabeza con la mirada, dijo que no la había visto. Sin pedir más explicaciones fui al living a ver si la encontraba.

Mientras la llamaba, giré en redondo hasta que mi estómago se estrujó. La puerta principal abruptamente se abrió y con pasos decididos, entró. El corazón comenzó a latirme en la garganta y por poco la pulsera termina en la alfombra.

    Llevaba unos pantalones pinzados negro, una camisa blanca arremangada, el saco lo traía colgado del hombro y el nudo de la corbata rosa, torcido, hacía juego con su cara de cansancio. 

Al verme se detuvo al lado de la mesita donde había tirado las llaves y una carpeta negra, se mordió el labio inferior y sonrió con suma lentitud. Dejó despreocupado el saco en el sofá, abrió sus brazos y sin pensarlo caminé hasta él.

−¡Ay! ¡Qué lindo tajo!
−¿Te gusta?
−Estás sensuel.
−¿Sensuel?
Sensual y affascinante cherry.
¿En francés y en italiano?
−En todos los idiomas, pero en realidad yo hablo un espiliano –y reímos cosa que mis nervios agradecieron aliviados−, lo mezclo bastante con el español.

     Me tomó de la mano para depositar un aristocrático beso en los nudillos. Al levantar la vista, noté que su cara se había iluminado y en los ojos brilló la aprobación. Mis hombros cayeron llenos de felicidad mientras su actitud cambiaba radicalmente y, con la rapidez de un cazador, me acercó para darme un beso cálido y devorador. La mano derecha se posó con impertinencia en mi cintura, mientras la izquierda aflojaba más el nudo de la corbata y desabrochaba dos botones de su camisa.

−Qué ganas de esto tuve todo el día… −Sus palabras vagaron por mi oído y mis brazos lo rodearon con más fuerzas. Su propio perfume mezclado con el de su ropa y el tabaco hacían una combinación excitante. Hundí mi nariz en el cuello y lo respiré, lo respiré contagiándome de su bienestar. −La reunión no terminaba más, hablaron sin parar, pero no escuché ni la mitad de lo que dijeron.

   −Te extrañé mucho. –Murmuré con los ojos cerrados. Se sonrió, me apretó contra su cuerpo caliente y a los pocos segundos se alejó un poco para tomarme de las manos y mírame de arriba abajo, otra vez.

     −La verdad sabía que te iba a encontrar linda pero, estás, her−mo−sa.
    Acaricié su rostro y lo besé con unas ganas locas. Su mano en mi cadera desnuda, me informó porque le había gustado el tajo en la falda.
    −Será mejor que suba, me voy a duchar o llegaremos tarde.   −Dijo respirando aire candente sobre mi boca.

    Con una sonrisa pícara lo solté, el celular le sonó desde el bolsillo del pantalón, sin prestarle atención lo apagó y lo dejó en el sillón. Tomó el saco, estiró con pereza su espalda, movió para ambos lados el cuello y pasó los dedos por su despeinada cabeza.

      −En un ratito, bajo.
Dio un paso hacia la derecha y lo imité, lo intentó por la izquierda, y con una mirada desafiante lo interrumpí otra vez. Me acerqué guiada por un fuerte impulso, le acaricié la nuca y obedeciendo a mis ganas, otra vez lo besé.

−Si sigues así –habló con los dientes apretados como si aguantara un fuerte dolor− vas a tener que subir conmigo, quitarte el vestido y…, enjabonarme en la ducha.


        Me sonrojé.
      -¿Qué dices?-. Y en sus cejas se dibujó un arco y mi sonrisa desapareció. ¿Lo haría? ¿subiría con él y le frotaría la esponja por todo el cuerpo?  Y por unos instantes me vi en su baño lleno de vapor, desnuda y obediente. 
      Frustrada bajé los brazos y lo vi pasar con una sonrisa presuntuosa e irritante.

        −Voy conociendo tus puntos débiles amor.
       Mientras me dejaba pasmada, subió las escaleras de a dos peldaños y desapareció.
−Quizá Pau tenga razón ¿habría un antes y un después en mi vida con este viaje?

      Volví a la salida para relajar las líneas de mi frente y abriendo la mano recordé la pulsera.
       La encontré en su cuarto abrochándose las sandalias, estaba preciosa
      −¡Guau! ¡Qué linda estás!

     −¿Te gusta? −Su tono era desesperado−. ¿De verdad? No sé…, igual tendría que ir de vestido, ¿o mini falda?
 −Paulina, estás genial, es informal y el pantalón te hace un cuerpo divino, relájate.

    La llevé hasta el espejo y nos miramos en el reflejo, lucía increíble con la remera ceñida al cuerpo, ya que el escote en V era discreto pero sensual a la vez, y el color blanco destacaba el bronceado que tanto se empeñaba en lucir. El pantalón elastizado verde claro con el que la combinaba, le marcaba su estrecha cintura y las altas sandalias blancas con piedras que había elegido, la estilizaban a la perfección.

     −¿Qué duda tienes? De verdad estás genial, a Gabriel le va a encantar.
      −No me preocupa si le gusta o no. −Mintió nerviosa.
    −Sí, claro Pau −le hablé mientras ella recogía sus rizos castaños con hebillas−, te entiendo, a mí lo último que me preocupa es la aprobación del señor Enrique. ¡No te mientas! y no salgas así. Rompe barreras, déjate querer, no estés a la defensiva.

    −Es que…
     −Si ya sé lo que me vas a decir, pero no todos son iguales y además estando Enrique de por medio, no creo que este chico venga a lastimarte sin más. Que la cosa no salga bien es un riesgo a correr, pero que se acerque para jugar con tus sentimientos, no lo creo, y tú en el fondo tampoco.

      −Creo que tienes razón…
      −Como siempre. –La interrumpí para hacerla reír. 
     −Prometo limpiar esos miedos de una vez por todas. ¿Qué tal el pelo.

     −Genial. −Comenté advirtiendo en el espejo que mi triunfante expresión, pertenecía más al presumido que se duchaba en el piso de arriba, que a mí misma.
−¿A qué viniste tan apurada?
     -¡Es cierto! La pulsera. −Fuimos hasta la cocina y entre las dos, la arreglamos. 

     −¿Qué tal nos irá hoy? –Pensé en voz alta mordiéndome el labio inferior.
      −¡De maravilla chica! −Contestó imitándolo con simpatía. 
       −¿¡Tú también con ese tonito caribeño!?
        −Perdón, pero me lo estas pegando tú –Y me acusó con su dedo índice.

         −¡¿Yo?! −Exclamé asombrada− ¡¿estás loca!? Yo no hablo así.
     −¿Estás segura? −Su cara tenía la misma picardía de la adolescente que conocí y entonces entendí que me estaba tomando el pelo.
     −¡No cambias más!
     Riendo cada una volvió a lo suyo, ella a perfumarse y yo a esperarlo en el salón.

     Tomé una revista de la mesa, pero nada llamó mi atención, encendí la televisión y la apagué a los pocos minutos, y entonces decidí salir a caminar por la galería de la casa.

El paisaje de noche era impresionante, las luces parecían acariciar la piscina y en los rincones donde se encontraban los largos sillones, farolas tenues suavizaban las brisas marinas. Traté de imaginarme sus nocturnas visitas,  las risas, las charlas y la música que tantas veces habrá sonado desde los gruesos parlantes. 

Qué mundo tan diferente al mío. −Suspiré tomando conciencia que serían imposibles de congeniar.

     De pronto me sentí algo indiscreta imaginando su vida y decidí entrar para esperarlo en el sofá, pero mi camino tuvo que seguir ya que él bajaba por las escaleras. Quedé sin palabras, llevaba un smoking negro, lustrosos zapatos y su flequillo perfectamente peinado hacia un lado. Para su porte solo tengo una palabra: impecable.

     −Creo que debería ser yo el que esté al pie de la escalera esperándote ¿no?
       −Sí, pero en nosotros, todo es al revés.
       −Tienes razón.
Se detuvo en el último peldaño, irguió la espalda y su pecho desprendió autoridad, seguridad y un incendiario atractivo. Bajó acercándose con una penetrante mirada y la casa enmudeció.

      Recobrando el aliento agaché la cabeza, le extendí la mano y en respuesta al beso que me había dado en los nudillos, le hice una graciosa reverencia. Él, con la experiencia de todo un cazador, aprovechó para envolverme y besarme con ternura. El perfume, el suave tacto con su ropa y el apretón en las caderas que me dio, terminó por enloquecerme.

      −Estás…, encantador.
     −¿Te gusto? –Me rozaba los labios con los suyos húmedos.
      −Sin palabras.
     −Tenía que ponerme a la altura de las circunstancias −habló deslizando la boca hasta mi oído−, ¿nos vamos?

    Asentí con el corazón apresurado y tomados de la mano comenzamos a caminar hasta la puerta.
      −No, no estoy lista, me falta la cartera.
      −Pide que te la traigan.
     Durante unos segundos percibí su fuerte determinación. Con el semblante intentó decirme el lugar que ocupaba en su casa y en su vida, pero lo negué enseguida.

       −No, es, que las chicas están comiendo, no me cuesta nada ir a la cocina.
    Se hizo una densa pausa, la contradicción flotó entre nosotros hasta que pestañeó, dulcificó la mirada y con comprensión asintió.
    −Lo que digas.

   En anteriores oportunidades, esa comunicación directa y espontanea me hizo sentir algo inquieta e invadida, pero cuando la complicidad y el compañerismo hicieron acto de presencia, me sentí afortunada y cómoda de experimentarla.

     Caminamos hasta la cocina y al entrar las chicas comían y Pau se servía un vaso de limonada.
      −Ahora vengo. 
Caminé hasta mi cuarto, tomé la cartera que estaba sobre la cama y, antes de salir, miré al espejo, respiré profundo y me lancé hacia a cocina con valentía. Ante la mirada de las chicas, me abrazó con una mano por la cintura y sonrío convencido de su atractivo.

      −¿Ahora sí?
      −Sí, ahora sí.
     −Steffy, llama a Ángelo y dile que mañana hasta el mediodía no me comunico con él, que ni lo no intente.
Con la última mirada sentí el cariño y los nervios que compartíamos Paulina y, con resignación, nos despedimos.

      −Que se diviertan. −Alcance a oír.
      −Y tú. −Contesté riendo.
    Antes de llegar a la Ferrari blanca que Horacio estaba limpiando al mediodía, vimos que otro deportivo negro llegaba. Nos detuvimos en el último escalón de la majestuosa entrada y un hombre alto, muy atractivo y con una sonrisa resplandeciente bajó dejando la puerta abierta.

       Saludándonos despejó mis dudas.
      −¿Todavía por aquí? −Sonó muy cómplice.
       −¿Por qué, pensabas que ya no estaría?
Riendo, se dieron la mano, se palmearon la espalda y se miraron con picardía.

−Espero que se diviertan.
−Gracias Gabriel, ella es mi damisela. −Con esa presentación comprendí que ya sabía de nuestra aventura en la playa.
       −Patricia. −Le aclaré.
     Dejó al descubierto una mueca sugestiva, sonrío con sus dientes blancos y perfectos y me besó en la mejilla.
      −Hola ¿tú serás la amiga de Paulina?

     Asentí llegando a la conclusión de que su aspecto físico no era un impedimento para Paulina, sino, todo lo contrario. Creo que mi mirada fue bastante elocuente porque Gabriel irguió la espalda, se puso las manos en la cintura adhiriendo un poco más la camiseta a su torso trabajado, y separó las piernas enfundadas en unos pantalones negros de traje.

     Sé que buscó alguna aprobación porque sus ojos verdes casi cristalinos estaban expectantes, pero ni muerta le demostraba el inquietante impacto que ejercía su persona. Para presumido, con uno me bastaba.

     −Sí, es la amiga de Paulina. −Una voz potente y dominante sugirió que ya nos habíamos mirado bastante.
     −Es un placer, me hablaron un poco de ti. −Comenté a modo de advertencia.
      −¿Ah sí? Espero que bien.

     −Eso no te lo puedo decir. −Nuestras risas se interrumpieron con el carraspear de la garganta de la figura que me rodeaba con fuerza por la cintura.
     −Te están esperando. −Y sonó más a amenaza que a cordialidad.
      −Tranquilo, que ya me voy.
      −Estoy tranquilo.

     Gabriel lo miró como si batallar contra celos ajenos fuese su tarea diaria, sonrieron con el respeto y la suspicacia brillando en sus miradas y se alejó.

     Lo vi subir apresurado las escaleras e intuí ansiedad y alegría en su estado anímico, algo en mi interior se tranquilizó, Pau estaría bien acompañada.

     Antes de subir al coche me llamó la atención un ramo de rosas rojas en el asiento del copiloto del deportivo negro.
     −Me faltaron algunos detalles ¿no? −Susurró en mi oído mientras me abría la puerta del coche.
      −No, no estaba pensando en mí, si no lo contenta que se va a poner cuando lo vea, y eso me alegra muchísimo.
      −Se quieren mucho ¿no? −Preguntó sentándose en el lugar del piloto.

        −Como hermanas.
       −¿Y por qué no viniste antes a verla?
     Me besó rápidamente dejando su tibieza en mi sien y condujo sin esperar respuesta. Dejando atrás al personal de seguridad y escuchando a Alejandro Sanz por la radio, me pregunté lo mismo mientras recorríamos la amplia avenida.

        −¿Qué piensas?
     -En Paulina −contesté desviando mi vista de las palmeras−, en lo bien que la pasará con Gaby.
     −Gaby −repitió con una sonrisa acomodando el espejo retrovisor−, resulta que ahora es Gaby.
      −Sí −dije sin contener la risa−, no me lo imaginaba así, me quedé sorprendida.

      −Ya te vi la cara cuando lo saludaste.
     −Es que Pau me decía que no estaba segura, que no sabía si quería empezar algo con él, y cuando lo vi me pregunté ¿y por qué? Si está… −me di cuenta que hablaba más de la cuenta.
       −Sigue, sigue, que está ¿cómo?
       −Que está buenísimo. −Terminé al fin.

    Miró por el espejo izquierdo para cambiarse de carril y comentó.
    −Sé muy bien lo que despierta Gabriel en las mujeres pero… −se interrumpió poniendo los intermitentes antes de  hacer la maniobra− también sé lo que cuesta confiar en la mujer que tienes enfrente, en lo difícil que resulta abrir el corazón y esperar a ver cómo resulta.

      −¿Cómo es eso?
     −Él es tan inseguro como yo a la hora de comenzar una relación, nunca estás relajado del todo porque el entorno en el que nos movemos, hace que muchas se acerquen por conveniencia. Hemos visto de todo, te lo aseguro.

     −Y eso les impide disfrutar o conquistar ¿no?
    −Sí −y utilizó un tono seco−, eso interfiere y mucho pero creo que con ella es diferente. Se lo está trabajando ¿sabes? Piensa mucho en el tema, va despacio y eso me da a pensar que va en serio.

     −Sí, algo me contaron. −Sonrió y por unos momentos cada uno quedó sumergido en sus propios pensamientos.
      −¿Estás nerviosa?
      −Un poco ¿se me nota?
    −No −dijo girando el volante para adentrarse en una estrecha calle−, yo porque te conozco o, te estoy conociendo. Pero pareces tranquila.

     Apoyó el codo izquierdo en la puerta y sostuvo la cabeza, dejando escapar un soplido.
       −Estás cansado. –Y no era pregunta.
      −Un poco, pero no te preocupes, en un ratito me repongo. Me da bronca ¿sabes?
      −¿Qué cosa?

     −Estos cambios. De pronto se cancelan cosas, vuelo a casa, tengo unos días para mí y no puedo disfrutarlos. Hoy se firmó una participación en otro concierto, y apenas termine el de aquí, salgo a Italia para empezar las pruebas de sonido, ensayo, etc.
    −Y no podes decir no y que no te llamen.

     −No −dijo desviando un momento la vista del frente−, no es tan fácil, además tú estás en casa y ya escuchas el teléfono, insisten hasta el cansancio.
      −Sí, la verdad es que es insoportable.

    −Y el móvil, no para, pero bueno trato de repartirme, pero siempre quedo para lo último. −Pasó el cambio mirando por los espejos y agregó−. Y luego las giras, ahí es peor. Cada vez tengo menos tiempo libre.

    Giré la cabeza al frente y aumentando la velocidad, vi que estábamos subiendo a la  autopista. 
     −Parece tan fácil tu vida, y resulta que es más complicada que la de cualquier mortal.
     −Y como soy un simple mortal –sugirió sonriente−, te pido que no hablemos más de esto, esta noche es mágica, es nuestra.

     Asentí y viéndolo tan concentrado en el tráfico, decidí dejar de hablar y centrarme en lo importante. ¿Cómo pasaría la noche? ¿Con qué clase de personas estaría? ¿De qué hablaría? Tomé conciencia de que las manos me sudaban y respirando profundo resolví relajarme, él tenía razón, no teníamos tiempo para estar separados.

       −La vamos a pasar bien ya verás. 
     −¿Cómo sabes siempre lo que estoy pensando?
   −Porque estamos conectados −sonrío con naturalidad−. Mira, vamos a hacer una cosa, si estás incomoda, me miras fijamente y lo piensas. No me va a costar saber qué quieres. Te prometo que en el acto, nos vamos. ¿Qué te parece?

      −¿De verdad? 
Pregunté incrédula, pero su mano apoyada en mi muslo me tranquilizó.
       −¿No confías en mí?
     −No se trata de conf…
      −¿No confías en mí? −Me interrumpió.

    −Completamente −hablé resignada−. ¿No sé por qué me preguntas eso? si ya te lo contesté cuando apenas te conocía, imagínate ahora que descubrí muchas cosas de ti.
  
    −¿Cómo cuáles? −Involuntariamente me toqué la frente y suspiré agobiada.
       −¡Ay Dios! Yo solita me metí en esto…
    −¿Y ahora?
   −Y ahora no pararás hasta que me sincere y la verdad, es que no soy buena en esto.

      −¿Por qué?
      −Porque me da vergüenza.
     −¿Vergüenza? −Preguntó mientras tomaba una curva con sus cejas levantadas mirando al frente.

        −Sí por qué, ¿no la conoces?
     −Si, claro que la conozco −y su risa musical me contagió−, solo que pensaba que después de pasar por la cama, eso desaparecía.
     −Bueno, lo que pasas es que…, una cosa es una cosa…, y otra cosa es otra cosa. −Se rascó con gracia la cabeza y arrugó su frente.

       −¿Te podrías explicar un poco más?
      −Si −hablé acalorada y con una risa amplia−, lo que quiero decir es que una cosa es hacer el amor y dejarse llevar por los instintos, por la pasión y otra es decirte a la cara las cosas que siento.
    −Hagamos un trato −propuso serio−, tú me dices lo que sientes y…, yo te escucho −ambos reímos con ganas y se retractó−. No en serio, tú me dices lo que sientes y luego, te cuento yo.

     −Ese suena mejor, acepto, aunque no sé por dónde empezar −hice una pequeña pausa y continué−, lo primero que me pasó cuando te conocí fue sorprenderme. Al principio por ti y luego por mí.

     −A ver, a ver, ¿cómo es eso?
    −Sí, cuando nos vimos por primera vez, y como ya sabes  llevándome la sorpresa de mi vida, sin pensarlo me senté en la barra de la cocina y hablé contigo como si fuéramos viejos conocidos. Yo me comporté como si fueras cualquier hombre ¿cómo te explico…?

     −No me tienes que decir más. Sé de lo que hablas, a mí también me pasó. −Sonreí emocionada por el tono profundo con el que había hablado y traté de hilar la conversación.

       −La pasé muy bien, me sentí tan relajada, tan cómoda que no me medí en nada y cuando llegué a mi habitación, me decía a mí misma: “¡Estuve con el mismo cantante con el que sueño en casa! ¿Y me comporté tan fresca?” −Y ambos reímos−. Me lo reproché porque me sentí algo imprudente.

Mis ojos se perdieron en la oscuridad que rodeaba a la carretera antes de continuar  −pero cuando analicé con frialdad la situación, me di cuenta que tú no habías actuado como se supone que deberías haberlo hecho…

        −¿Y cómo se espera que actúe?
      −Como un divo −sonreímos juntos y posó por un instante los ojos en mí, pero ignorándolo continué−. Yo tendría que haber visto a una estrella, comportándose como tal. Estas en un momento increíble de tu carrera, eres un astro de la música y tienes todos los motivos para actuar así, como alguien inalcanzable…

    −¿Y cómo se supone que debería ser, según mi carrera, claro?
    −No sé, me imaginaba que podrías tratar a las mucamas con frialdad, o podías tener cambios de humor, o tal vez un empeño morboso por mostrarme tu ego, o tus triunfos. No vi ni un solo disco de platino, de oro o de diamante en tu casa, no tienes fotos con celebridades, no sé…, tantas cosas. Y no, nada que ver, solamente estoy al lado de un hombre que… −Tenia tantas cosas para decirle, había descubierto alguien tan especial, tan encantador, que expresarle todo sin agobiarlo y con las palabras justas, me resultaba difícil.

    −¿Qué, que? −Preguntó tocándose apenas la barbilla.
    −No sé, creo que estoy con un hombre fuera de lo normal. Sincero, dulce, atento… ¡ojo!, es lo que siento que eres conmigo, no voy a hablar como serás con el resto del mundo, o cuando trabajas, porque no lo sé y siento que tampoco me incumbe.

   −No obvio, a mí me importa cómo me ves tú cuando estoy contigo, los demás es otra historia. No suelo tener mal genio, pero reconozco que una personalidad fuerte, sí.

    −Conmigo eres un caballero y te veo como alguien que sabe muy bien lo que quiere, que sabes cómo actuar en cada momento y a la vez… −Lo miré cambiar de carril con toda precisión para adelantar un largo camión− me da la impresión que estas disfrutando mucho de mi compañía. Te gusta estar con alguien que te ayude a comportarte con naturalidad, como te dé la gana, como quien dice, y que te rompa los esquemas, lo inesperado, no tener todo tan bajo control. −Sonrió y con suavidad salimos de la autopista.

     −¿Te digo una cosa? −Habló mirando atento los espejos−. Me acabas de describir a la perfección y me encanta. Percibo esa natural comunicación entre nosotros que tan cómodo me hace sentir.

    El aire se caldeó, algo en la atmósfera cambió y mi respiración hizo espesa y trabajosa. Cada vez que él se sinceraba, el pulso se me desbocaba llevando sangre excitada por todo mi cuerpo.  

−Entonces −rompió el denso silencio que precedió a sus palabras levantando el tono−, ¿te gusta cómo te trato?
    −Si –y el calor subió unos cuantos grados−, y en  todo momento. −El tono fue maliciosamente sugestivo, pero lo único que advertí fue que se le endureció la mandíbula.

     −Por favor, háblame de eso…
     −¡Claro que no!
    −Por favor –su voz salió tan ronca y suplicante que decidí no batallar.
−¿Qué te puedo decir…?
−Todo.

−La primera noche juntos fue preciosa –comencé sonriendo con pudor−, cuando viniste de correr, te cambiaste y bajaste tan… −Quedé con la vista al frente mientras su imagen recién bañado y cambiado entrando en la cocina aparecía sin dificultad.
−¿Tan? 

−Tan lindo −dije sobresaltada, ocultando mi embobamiento−, tan relajado que me hiciste disfrutar mucho de la cena, las charlas, el baile…
−¿Te gustó bailar conmigo?

Lo miré sin dar crédito a la nota de fragilidad que noté en su voz. ¿De verdad dudaba del poder que ejercía su atractivo?
−Casi me derrito en tus brazos –contesté sincera−, cuando me hablaste al oído mientras cocinaba me temblaban las piernas y menos mal que me tenías rodeada en tus brazos cuando respiré en tu cuello, porque el mundo desapareció. Y del primer beso no sé qué decirte, -hablé segura que él quería que continuase con todo lo que vivimos-, fue arrebatador, no me lo esperaba. Estabas tan distante, tan cambiado, que lo que menos esperaba era que me besaras y luego, todo lo que vino detrás fue tan hermoso que mientras viva, no pasará un día que no lo disfrute… −Dios que ganas tuve de esto todo el día.

−Y lo que falta… −habló deteniéndose en un semáforo y en su mirada leí preocupación para que esta noche saliera todo perfecto. Eso me relajó confiando en que no iba a permitir que me sintiera incómoda.

−Bueno −pestañeó y levantando el tono−, lo prometido es deuda ¿no? Y un caballero cuando da su palabra, la cumple. A mí me costó reconocer que me pasaba algo contigo, primero porque no puedo consentir que un remolino venga así como así a mi vida y me dé vuelta. No puedo darme el lujo de dejarme dominar por unas ganas locas de salir en medio de una reunión en la que se ultimaban los detalles de una presentación, como un adolescente. 

Y segundo porque la vida que tienes, como ya te dije, me desarma. Yo no soy padre, pero imagino que es un amor que está por encima todo. Pero estas cosas, lo que nos pasa hoy a nosotros, no se pueden elegir, y la madrugada que estuvimos juntos, yo ya me di cuenta que no ibas a pasar inadvertida en mi vida ¿sabes? A la noche siguiente fui a correr para despejarme, para pensar, porque en realidad, no sabía por qué tenía tantas ganas de chocarme contigo en la casa. Sentía ganas de charlar, de volver a estar solos, de oírte. Te pensé todo el día…, y cuando llegué y te vi, me alegré que no salieras con Paulina, me alegré de tener otra oportunidad para seguir conociéndote y fui a cambiarme sin pensarlo dos veces, era perfecto. −Miró para atrás por el espejo y me dedicó una pícara sonrisa− Muy egoísta ¿verdad?

    En ese momento no lograba hablar, negué con la cabeza porque en mi confusión no encontraba las palabras exactas.

     −Yo creo que sí, fui un egoísta, pero no me arrepiento. Luego te llevé a bailar y si no fuera porque sonó el teléfono, te hubiera besado. Con miedo, pero te hubiera besado.
     −¿Con miedo? −Pregunté asombrada viendo como pasaba el cambio y me miraba.

     −Sí, tenía miedo que me rechazaras. Tienes un marido, una familia y además soy consciente que a las mujeres hay que conquistarlas, hay que dedicarles tiempo y eso era precisamente lo que no teníamos. Lo que no tenemos. El rechazo esta siempre ahí, es una opción del juego, con cualquiera y en tu caso, era muy probable.

      −Sí, me imagino que hubiera sido lo correcto.
       −No te culpes, el corazón no sabe de normas. Yo intenté enfriarme cuando salimos, pero cuando llegamos a la playa, todo fue en vano. Cómo lo disfruté…, me reí como lo hacía de niño, y me asusté también, ¡cómo hace tiempo que no me pasa!

      −De eso me di cuenta.
     −Y luego, durante esa mañana estuve pensando mil formas de quedarnos otra vez a solas, de tener otra aventura, de verte, y cuando llegué y te escuché hablando con él, me enojé. No supe cómo reaccionar, me salió así, luego, para empeorar las cosas tuve que salir. No sé para qué, ¡si no estaba ahí! No me enteré de qué hablaban, pero todo esfuerzo tiene su recompensa y creo que la distancia solo me dio seguridad y aumentó las ganas de estar juntos.

      −Y vaya si estuvimos. −Sonreí.
     −Sí, y por mi parte fue fantástico.
     −Y soñado.
     −¿De verdad? −Preguntó mientras acariciaba mi rodilla.
  −Sí, me hiciste sentir especial…, fuiste tan caballero, tan atento.
     −¿Cómo?

    −Estuviste atento a mí en todo momento. Me tuviste paciencia, me esperaste. Tu dulzura, tus palabras en mi oído nunca me las voy a olvidar −Olvídate con quien estas, relájate….-

      Recorrimos con lentitud un muelle con poca luz y habló.
     −¿Y no estás acostumbrada a eso?
      −No sé si no estoy acostumbrada, pero no creí que mi cantante favorito fuera así.
    −Lo que pasa es que no estabas con el artista. Yo no trabajo cuando estoy contigo. −Dijo rotundo mientras conducía con una sola mano.

    −Si ya sé, estaba con el señor Enrique.
    −¿Señor Enrique?
    −Si −afirmé riendo−, así me habló Pau de ti la primera noche que llegamos.
     −Y no sabías quién era, es que suena a persona mayor dicho así.
     −Si –exclamé sorprendida por la coincidencia−, fue justo lo que pensé.

    −¿Tú crees que si hubieras estado al tanto de quien era la cosa, todo no se habría dado de esa manera tan espontánea?
Nuestras mentes vagaron ante esa posibilidad y le tuve que reconocer que lo más factible es que la situación hubiera sido muy diferente.

    −Bueno, volviendo a lo que estábamos –llamó mi atención estacionando frente a una embarcación−, te aclaro, por si no te diste cuenta que cuando al señor Enrique le interesa una mujer es algo machista en la cama.

   −¿Machista? −Pregunté viendo cómo se desabrochaba el cinturón y se acercaba, peligrosamente. En ese momento mi corazón se desbocó percibiendo su respiración circulando, rodeándome, envolviéndome con su energía. 

  −Sí, machista, el único responsable de tu placer soy yo.
    Sentí que no podía respirar, el deseo hizo acto de presencia y me encontré desesperada por unos de sus besos, pero me sorprendió. Me miró de cerca, con ternura y afecto, le acaricié con suavidad la mejilla y sus parpados cedieron pero, un momento.

−Será mejor que bajemos cariño, si no…






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