viernes, 28 de noviembre de 2014

Capitulo 11




El sol atravesaba las ventanas cuando desperté con un débil malestar, la causa? o la bebida o el constante movimiento del yate. Retiré el cabello de mis ojos y lo primero que vi, fue el reloj de la mesita, 12:09 “¿Ni el último día me levanto a una hora razonable…?”

De pronto algo se movió, giré la cabeza y ahí estaba, dormía boca abajo, rodeando la almohada con sus brazos. Las sábanas lo tapaban de la cintura para abajo, su respiración era profunda y en la expresión, leí un sueño plácido y tranquilo. Lo observé por unos instantes preguntándome cómo iba a estar sorprendida de empezar a quererlo si era imposible no enamorarse. 

No sólo su cuerpo y las facciones son encantadoras, su forma de ser, la naturalidad y el niño interior que transmite en la mirada son altamente cautivantes. “Dime que seré yo quien te toque” cómo dudarlo...

En silencio caminé hasta nuestras ropas desparramadas alrededor de la cama y sólo por darme el gusto, me decidí por la camisa blanca, suave y perfumada.

Salí del baño y pasando por el comedor me divertí con el desorden que reinaba, parecía que habíamos dado una fiesta, platos sucios, varias copas, restos de comida, mi cartera en un rincón del sofá y CD tirados en varias direcciones. 
Fui hasta la cocina y me sorprendí cuando abrí el refrigerador, teníamos todo preparado para desayunar. Frutas, jugos, mermeladas caseras, mantequilla y en la mesada, la cafetera lista y a la derecha…, el mate. Me tapé la boca para no depertarlo con mi risa. 

Acomodé todo en una bandeja y fui al dormitorio. Seguía en la misma posición y con pena lo desperté. Lo hubiera observado todo el día, la vista era preciosa, pero lo tenía que hacer. Dejé el desayuno en la mesa de noche, me acerqué con suavidad y con un beso en la nuca conseguí que se moviera, pero sólo un poco. Lo repetí. Humedecí su piel y fue entonces cuando abrió un  ojo.

-Hola amor… -su voz sonó perezosa, ronca. 
-Buenos días.
 Sonrió, y con lentitud cruzó los brazos y apoyó la frente en ellos, sus músculos se movieron y en la espalda se le formó un relieve muy cautivante.

-Te queda bien mi camisa ¡eh! -dijo acomodando el cuerpo de lado.
-¿Te gusta? Sólo quería que tu olor quedara en mi piel. -Nos miramos recordando que ese seria nuestro ultimo día juntos. 
-No se me había ocurrido esa idea, ¿qué tal me quedará tu vestido? -y las risas no se hicieron esperar.
-Mejor te regalo mi perfume.
-Sí, creo que tienes razón -comentó entre un bostezo - ¿Qué hora es?
-Las doce, pleno mediodía. 

-Temprano -bromeó acomodando almohadas para sentarse en la cama.
-Sí últimamente es nuestro horario -cebé un mate y le ofrecí.
-Uno y me como las frutas, pero ¿por qué has hecho el mate?

-No sé, fui a la cocina y estaba todo listo y te traje el desayuno ¿Por qué? ¿Te molesta?
-No, es sólo que yo te lo quería hacer.
-¿No te parece que me atendiste demasiado anoche? -pregunté con doble sentido.

-Yo creo que te atendí bien -dijo dándome el mate y empezando con las frutas cortadas que le había alcanzado -pero no demasiado.
-Yo no diría bien -hice a propósito una pausa, él dejó el tenedor  y me miró curioso -si no, muy bien.

Volvió pinchar un trozo de durazno y con expresión picara levantó una ceja.
-¿Serías capaz de decirme, cuánto te ha gustado?
-¿Cómo un puntaje o algo así? -sonreí acordándome de la conversación de Pau.
-Sí, con un puntaje.

-Está bien -le puse agua al mate y comencé -del uno al diez al segundo, le doy un nueve.
-Buen puntaje ¿no?
-Sí, creo que no esta mal. 
-¿Y el primero? -percibí algo de seriedad en él -¿Cuánto le das al primero?
-Del uno al diez…, un once.

Con una actitud como si no me hubiera oído, dejó la fruta en la mesita de luz, me sacó el mate de la mano y me tumbó en su torso.
-Ah, te gusta a lo bestia ¿no?
-¡No, a lo bestia no! -contesté sonriendo -pero fue, intenso, fue como con bronca…
-Si, fue como el primer beso, arrebatado, sin darme tiempo a controlar la situación.

Instintivamente me acerqué a la comisura de sus labios y con un rápido movimiento me dio un beso largo, comunicativo y sensual. Su mirada vagó por mi rostro y aunque supe que algo me quería decir, en sus ojos no pude leer el mensaje. Apoyó su boca en la mía y como despejando sus pensamientos se levantó al baño.

Dejé el desayuno y con la mente en blanco fui hasta cubierta, el sol del mediodía calentó mi piel y el aire era puro y relajante. Miré los asientos que la noche anterior habíamos ocupado y con un leve sobresalto busqué en mi cuello la piedra, nuestra piedra y con una sonrisa la acaricié. 

Traté de recordar las palabras que me había dicho, las caricias que ya me eran familiar en la nuca y apretando los labios volví a sentir sus besos.
Cerré los ojos, me mordí el labio inferior y recordé su sabor, su olor.

Pero ya no eran mis recuerdos, no tuve que girarme para saber que se acercaba, todo mi ser lo sabía. Me rodeó por la espalda, cruzó los dedos en mi ombligo y en oído me habló;
-La tienes que acariciar cuando estemos separados.
-¿Qué…?
-La piedra, por ahora estamos juntos, acaríciame a mi.

Recliné la cabeza en su pecho, una sonrisa se dibujó en mi rostro y tomándole fuerte las manos le di la razón.
-Nos tendríamos que ir…-comentó con desgano -pero me apetece nadar un poco, ¿y a ti?
-¿Es una broma no?
 Me giré para besarle la barbilla. 

-No –sonrío divertido –podemos intentar otra clase ahora es de día, me tienes más confianza y no hay olas.
-No gracias, prefiero tumbarme un poquito al sol.
-¿Segura?
-Completamente.

-Lo que quieras. -Terminó con dulzura.

Luego de un beso rápido me acomodé en la reposera, él por su parte se puso un traje de baño y con un pícaro saludo con la mano se tiró de cabeza. Entrelacé mis dedos en la nuca y dejándome bañar por el calor, cerré los ojos y esperé su regreso.

“Es mi último día” -pensé apenada.
 Si alguien me hubiera dicho el giro que iba a tener mi vida en este viaje, no lo hubiera creído. Son impensables los cambios que nos aguardan, cuando creemos que ya nada puede pasar, que todo va a seguir tal cual está, te puedes encontrar en situaciones totalmente inesperadas. Claro que los cambios no siempre son tan gratos y emocionantes como este, y dudo que me vuelva a pasar algo que lo pueda comparar con estos cinco días, el resto de mi vida, pero lo que está claro es que vivimos en constante movimiento. De manera consciente o inconsciente. 

“Estamos conectados” él repetía con frecuencia y la verdad era lo que yo también lo sentía pero,  ¿sería así cuando estemos a miles de kilómetros de distancia? ¿Cómo podría vivir unida a él a lo lejos?
Una sombra me cubrió y varias gotas frías cayeron en mi pecho, eso me separó de los angustiantes pensamientos que comenzaban a aflorar y me obligó a abrir los ojos. Ahí estaba, empapado y divirtiéndose como un niño. 

-Me parece a mí, o tratas de apagarme el cigarrillo con las gotas.
-Estaba en eso -exclamó haciendo un gesto de precisión con sus dedos -pero no pude.
-¿Qué tal está el agua?
-Hermosa, ¿segura que no quieres bajar conmigo?
-No de verdad, acá estoy muy bien.
-Como quieras, voy a ducharme.

-Bien.
-Así nos vamos –insistió.
-Bueno.
Como hizo una pausa pero no se iba, me cubrí la vista del sol con una mano y lo observé. 
-Me tengo que vestir… -dijo con una sonrisa. 

Claro, llevaba puesta su camisa y con una carcajada me levanté.
-¡No me había dado cuenta!
-Ya veo.

Abrazándome bajamos al dormitorio, él se metió en la ducha y yo me puse con desgano el vestido. El lugar era encantado, el desorden rectificaban la impaciencia de nuestras emociones y la mezcla de perfumes me dieron un leve cosquilleo en el pecho. “Estás aquí, conmigo” me había repetido noche y la verdad era que una parte de mí ahí se quedaría…
Cuando sentí que cerró el paso de agua, golpeé y con su consentimiento entré.

El baño estaba con un poco de vapor, él se terminaba de secar y mirándome por el reflejo del espejo comenzó a peinarse.
Mis sentidos empezaban a despertarse. Estaba húmedo, desnudo y condenadamente hermoso. Cada movimiento me desviaba la vista, al pasar la toalla por sus piernas se le hacían bultos en la espalda que me hipnotizaban y tocándose el pelo, le pasaba lo mismo en los brazos. Su vista de una manera fugaz se encontró con la mía. Mi corazón de sobresaltó y un repentino sentimiento de felicidad se instaló en mi pecho al ver tanta ternura en sus ojos. 
 Pestañeé. 
 Sus labios apenas se curvaron, giró la cabeza y continuó. 

Le alcancé la camisa cuando ya lo vi seco, la seda se deslizó por su cuerpo y sin poderme resistir le abroché algunos botones. Respiré la mezcla de perfumes que desprendía el vapor de su cuerpo. Fue cuando me examinó con los ojos y con un gesto travieso movió en círculos su mejilla en la mía.
-Estate quieto -le advertí algo tentada.
-¿Te hace cosquillas?
-Si, y así no puedo abrocharte bien la camisa.

-Estaba por afeitarme…
-¿Y querías saber mi opinión? Me gustan mucho tus cosquillas -dije sonriente y salí al dormitorio sin esperar respuesta. Unos minutos más y le habría quitado la ropa.
-¿En todos lados? -escuché al sentarme en la cama para ponerme las sandalias.
-Saca tus propias conclusiones.
Hablé luego de unos momentos sabiendo que me sonrojaba. Salió subiendo el cierre del pantalón y fijando su vista en mí, aseguró.
-Sí, sé que te gustan en todos lados.

Sonriente caminé hasta el sofá en busca de mi cartera donde tenía algunos maquillajes y en el baño me delineé los ojos y me pinte un poco los labios.
-Por lo que te dura -dijo apoyando un hombro en la puerta - ¿ya estás?
-Sí, ya terminé ¿y tú? 
Con su cuerpo demostró las pocas ganas que tenía de irse, ya que se quedó en la misma posición, con las manos en los bolsillos y un pie cruzado. Luego de una pausa se encogió de hombros y con gesto de resignación habló.

-Listos para zarpar.
Pasamos por el dormitorio, recogí las flores y a modo de burla, lo imité. 
-“Se me olvidaron algunos detalles” 
 Se rió con ganas mientras me abrazaba por la espalda.
-No te iba a revelar la sorpresa, estuve a punto pero me contuve.
-¿A punto?

-Si, cuando te vi la carita cuando viste las flores de Gabriel, casi se me escapa.
 Me dio un beso fugaz en el cuello, un pequeño gesto me hizo perder el hilo de la conversación y para cuando reaccioné él ya se acercaba al sofá para recoger sus cosas.
-Nada que envidiar -murmuré-éstas son mis rosas preferidas, en cambio las Paulina no son las rojas.
-¿No?
-No, a ella le gustan los ramos de flores silvestres, esos que parecen recién recogidos del campo.

-Por eso también te llamé a la tarde, no sabíamos cómo averiguarlo. Yo, gracias a mi cocinera, lo tuve más sencillo.
-Claro ¿pero cuándo se lo preguntaste?
-Antes de irme. A la mañana no sabía qué íbamos a poder hacer para estar solos, pero el dato de las flores lo quería igual.
-Veo que tienes todo pensado.

-Todo no. Hay remolinos que me toman por sorpresa y que voy paso a paso a ver cómo los manejo.
-¿No hablarás de mí no?
-¡No! -dijo exagerando- claro que no.
 Nos dimos el último beso en el dormitorio y sentándonos en la cabina, regresamos al puerto.

-¿Te gustó la reunión? -Lo oí al subir a la autopista.
-¿Te lo tengo que decir? Me dejaste sin palabras.
-Estabas nerviosa ¿no?
Su vista estaba en el espejo retrovisor, tocó el intermitente y con decisión ingresó en el aglomerado tráfico.
-Nerviosa no es la palabra, histérica diría yo.
-Pues lo llevabas muy bien, se te veía segura.

-Puede, pero por dentro ni te cuento.
Con música de fondo disfruté del camino, no sólo por el paisaje sino por la seguridad que me daba él al volante.
-¿Te dije lo linda que estás? -me preguntó reduciendo la velocidad.
-Más de una vez.

-Hoy tengo uno de esas días, que –se interrumpió buscando la tarjeta para el peaje, bajó la ventanilla y la pasó por el lector.
-¿Qué, qué? 
-Que estoy inspirado -me miró por unos instantes cuando la barrera se elevó. 
-¿Sí?
-Sí, creo que me voy a tener que sentar a escribir. 

-¿Cómo son esos momentos? ¿Qué se “siente” para escribir?
-Es…-dudó unos instantes adelantó un camión y siguió –es magia. No se si tengo palabras, son ideas, frases que me llegan y con un fuerte impulso me tengo que sentar antes de olvidarlas. A veces las palabras se agolpan y cuando termino, las leo, la releo y me siento descargado, satisfecho. Ojalá todo el mundo podría dejarse arrastrar por esos sentimientos. Y ganarse la vida con algo tan satisfactorio. 

-Qué lindo crear, hacer soñar a otros. La verdad es envidiable.
-Soy un afortunado, regalarle a la gente mi música, unir países, culturas sólo con una canción, no tengo cómo explicarlo…

Mi vista no podía salir de él, del smoking llevaba la mitad, la chaqueta descansaba en el asiento trasero, nuestra piedra se asomaba por la camisa casi abierta y los puños remangados. Con suavidad me acerqué lo que es cinturón me permitió y le di un tímido beso en la oreja, sus labios se curvaron y encogiendo los hombros sonrió. Su mano descansó en mi muslo y en silencio seguimos el poco camino que nos quedaba.

-Vuelve mon amour.
-¿Qué? -pregunté algo confundida.
-Que dónde estás ¿te fuiste?
Estábamos detenidos en un semáforo muy cerca de su casa y con una ceja levemente levantada, expresó curiosidad. 

-Es verdad, me fui, de vez en cuando me pasa. Estaba recordando la primera vez que te vi, parece que hace meses y sólo pasaron unos pocos días.
-Ven aquí…
Nos dimos un pequeño beso, sus ojos me hablaron, pero un bocinazo no separó dejándome con la duda de saber de qué se trataba.

Saludó al personal de la entrada y estacionó en la puerta sin mucho esmero.
-Terminó nuestro tiempo.
Entramos al living desierto y perfectamente ordenado, seguimos hasta la cocina y viendo que estaban todas descansando después de comer, les hizo un gesto para que no se levantaran.
 Pau me habló con la mirada, se notaba que ambas, habíamos pasado una noche intensa. Sirvió dos vasos de jugo de naranjas y acomodándose enfrente bebimos. Me desperecé con suavidad, casi sin advertir que estaba ahí.

-¿Dormiste mal? -Su voz sonó muy sensual.
-Mal no, dormí rodeada por tus brazos, y me duele un poco el cuello -su risa invadió la cocina.
-Ibas tan romántica…
-Sí, romántica pero sincera, tus brazos son muy duros -repliqué tocándome la zona dolorida.
-¿Y por qué no me despertaste?
-¡Lo intenté! Pero tenías el sueño profundo.

-Reconozco que estaba cansado pero -se levantó del asiento y ante la vista de todas acercó sus labios a los míos- no probaste con todo… ¿no?

Sin esperar respuesta me besó, me regaló una picara mirada y despidiéndose subió a cambiarse para ir luego al estudio de grabación.


Paulina abrazaba un almohadón cuando terminé de cambiarme de ropa, mientras le contaba todo. Sus ojos brillaban más que de costumbre y después del suspiro que soltó, pregunté por su salida.
-La mía no fue tan sorprendente, pero me divertí como hace mucho que no lo hago.
 -Cuéntame todo.

Ella comenzó entusiasmada con el relato, habían ido a comer a un restaurante que tenia reservado toda la primera planta para ellos y fue el lugar prefecto donde se sinceraron, donde cada uno habló de sus miedos, de sus gustos y los sentimientos. Estuvieron paseando por la playa y luego fueron a una discoteca. Ella estaba realmente contenta, Gaby había sido la salida y el hombre que había soñado, sus detalles y las conversaciones hicieron que se sintiera querida, tranquila y confiada.

-Al principio estaba tensa, pero cuando me besó en la mano para decirme lo linda que estaba, acá en la puerta de la cocina, ya me relajé. Sentí algo raro, ¿sabes? -habló tocándose el pecho -algo que me hizo sentir familiar, tranquila.
-Eso será porque hay energía. Están conectado diría el señor Enrique.

-Eso les pasa a ustedes ¿no?
-Sí Pau yo cuando no está lo busco, cuando lo veo suspiro y cuando nos tocamos, es como si una corriente invisible nos rodeara y nos trasformamos en uno, me estremezco y ni te cuento con las miradas…, no tenemos que hablar, es increíble, creo que nunca me pasó. Ni con Leo -mi expresión seguramente cambió al nombrarlo porque enseguida se irguió. 

-Bueno pero ahora estás aquí, con él, llenándote de recuerdos que nunca vas a borrar.
-Yo lo estoy saboreando porque tengo los minutos contados, pero tú, lo tienes que cuidar. Gaby me da buena espina, me parece sincero, dulce y además… ¡está buenísimo!
-¡Pato! ¡Cómo vas a mirar otros hombres con el que tienes al lado!

-Sí, eso, ya me lo dijeron.
-¿Se lo comentaste a él? -Le dije que sí con la expresión y me tiró con el almohadón.- ¿¡Tú estás loca!?
-¡Recién te das cuenta! -reímos como cuando éramos chicas hasta que la seriedad volvió a nuestros rostros. 
-¿De verdad te da buena espina?

-Te lo aseguro, lo miré a los ojos y no vi nada que me preocupe. Además ya empezó bien con las flores ¿no? 
-¿Las viste?
-¡Cómo no! Sí era un ramo enorme.
-Sí están en mi cuarto, te dije que era muy caballero…

-Yo también tuve las mías -señalé las rosas blancas apoyadas en la cómoda -pero, como ves son menos que las tuyas, él estaba seguro que me quedaba hasta el sábado y en la cama estaban estas siete rosas blancas.

-¿En serio?
-Sí, y la cara que puso cuando le dije que vine por cinco…, que hoy me voy. Nunca me la olvidaré. Mañana voy a estar con Leandro y no sé como lo voy a manejar -sus ojos expresaban que no sabía qué decirme -mañana me va a tocar, me va a besar y no se qué voy a sentir, qué me va a pasar…

-Ya te entiendo, si ni siquiera le mientes. 
-No, nunca pude mentirle, además que no me gusta hacerlo, las veces que lo intenté me descubrió. No sabes con qué ganas me quedaría -terminé con un suspiro.
-¿Sabes lo que dice mi abuela, no?

-¿La Pily? sé lo que dice, “que si deseas algo con todas tus fuerzas terminas consiguiéndolo” –dijimos a coro -pero las dos sabemos que son “cosas de abuelas.” Que lo mío es más que imposible.
-¿No era un sueño conocer a Ricky Martin?

-Sí, pero...
-Y no era más que imposible hablar con él a solas y más acostarte con él ¿o no? Entonces, no dejes de soñar, igual hay otro camino para ti. Quizá estás junto a la persona equivocada, no sé, a veces los acontecimientos no los entendemos hasta que pasa un tiempo…

-Sí ya sé lo que me quieres decir pero esto es mucho más complicado, no le veo la salida, no se me ocurre cómo encarar algo así, no quiero ni pensarlo.

Me toqué la sien porque realmente estaba agobiada, abrumada y no quería que las horas pasaran, que llegara el momento de darle el último beso…

-Lo mejor que puedes hacer es disfrutar de las horas que te quedan, para extrañar ya vas a tener tiempo.
Me sentí contenta de tener a alguien con quien poder hablar de esto, me reconfortaba saber que en Buenos Aires mi cuñada ocuparía su lugar, que no estaba tan sola. Guardarme semejante experiencia, sería muy difícil.

-¿Sabes que te quiero mucho no? Tengo una carta tuya del año 87 donde pones “la amiga es la hermana que se elige con el corazón” Y yo te elegí y mira, pasan los años y nos tenemos -nos abrazamos y cuando los lágrimas asomaban, golpearon la puerta.

-¿Quién?
-El señor Enrique -escuchamos del otro lado y entre risas entró a la habitación. 
Abrió una vez más los brazos y sin pensarlo caminé hasta él. Me acurruqué en su pecho, poyé la cabeza en su hombro y con algo de tristeza me aferré a su ropa.
-¿Vienes a despedirte?

-No -se interrumpió para besar mi sien -vine a invitarte a un lado pero, estás tan linda que no se…- Paulina pasó al lado nuestro dejándonos solos -no sé si llevarte.
-¿Por qué?
-Porque te van a mirar y no voy a poder hacer nada.


-¿Y eso? ¿A dónde vamos?
-Es un secreto
-¡No seas malo! ¡Y basta de secretos!
-¡Pero si has empezado tú!
Y riendo me abrazó con fuerza. 
-Bueno eso no importa, ahora dime ¿a dónde vamos?

-No, es una sorpresa.
-¡Dime por favor! Si no, no voy -dije frunciendo los labios.  
-No te tenía como una niña caprichosa -comentó meneando la cabeza y sonriendo.
-Por favor…

Le rogué colgada de su cuello. Lo pensó por un momento, miró el techo y suspiró resignado.
-Vamos al ensayo.

Le sonreí con excitación, ir a verlo en la intimidad de su trabajo era más de lo que podía esperar de despedida, le di un beso rápido con el sonar del teléfono de fondo.
-Me hace muy feliz, ya que no voy a estar para la presentación…

-Ya lo sé.
Terminó con una sombra en su chispeante mirada. Golpearon la puerta y adivinando de qué se trataba, puso las manos en la cintura y levantó la cabeza en señal de hastío. Giró en redondo, y tomando el aparato que Alejandra ya dentro de la habitación le traía, se tumbó en la cama y comenzó su extensa conversación. Mientras tanto, aproveché para terminar de arreglarme frente al espejo.  

Llevaba una falda de lycra turquesa por encima de las rodillas, una remera blanca de breteles que terminaba en mis caderas y unas sandalias de poco taco que me hacían ver cómoda y a la vez elegante. Me peiné ante su mirada curiosa con un recogido simple y el maquillaje, escaso, como hacía bastante calor quería sentirme fresca. 

Me estaba perfumado cuando por fin acabó de hablar, se acercó por mi espalda, me abrazó y nuestra imagen se reflejó en el espejo. Ya no se veía tan sexy como con el smoking, pero ese pantalón negro de algodón holgado, con la camiseta gris ajustada a su torso, le sentaba igual de maravilloso. 
-¿Vamos?
-Sí ya estoy lista.

-Bienvenida al mundo de Ricky Martin.
-Que es de locos -repliqué sintiendo su mano en mi cintura mientras atravesábamos el living.
-Sí, tú lo has dicho, que es de locos.



Nos estábamos abrochando los cinturones de seguridad de la camioneta negra con la que habíamos ido a la playa, cuando la inseguridad me sobresaltó.
-Estoy muy contenta de que hayas pensado en mí y que me incluyas en tu vida de artista, ¿pero, crees que es buena idea?
-Estoy seguro que es buena idea, además, cómo no voy a pensar en que vengas si nos queda tan poco tiempo...

Asentí con una mirada triste, otra vez ese nudo en mi garganta no me dejaba hablar. De pronto tuve la certeza de que algo me quería decir, que sus labios estaban a punto de dejar salir unas palabras cuando su móvil comenzó a sonar. La magia pareció esfumarse, pero esta vez lo silenció, no atendió y cuando volvió a mirarme y me acarició la mejilla, mis lágrimas estuvieron a punto de ver la luz. 

Podía ver algo en sus pupilas pero no llegaba a descifrarlo, tenía que esperar que lo dijera. Una burbuja de emociones nos rodeó, mi expectación era incontenible y cuando al fin le iba a preguntar de qué se trataba, su teléfono comenzó a vibrar pero esta vez…, esta vez lo atendió.

Su expresión cambió radicalmente, el tono de voz se enfrío y al cortar sólo arrancó mientras se ponía las gafas de sol. Respiró profundo atravesando el camino en silencio y ya no quise insistir. Llegamos hasta el gran portón, saludó a los escoltas y les indicó que en unas horas pasarían a recoger una maleta con la ropa para llevar al estadio.

 Lentamente salimos y serio y con su vista al frente parecía concentrado o como si estuviera en otro lado. La sensación era rara, no había puesto música, sólo el aire acondicionado y el silencio desconcertante. No quería incomodarlo pero mi curiosidad no pudo más y en un semáforo tomé aire y me lancé.
-¿Pasa algo?
-No.

Fue rotundo, puso primera, salió algo rápido y al cambiar a segunda, tomó mi mano sin mirarme. Los ojos pasaban por lo espejos y luego de darme un tierno apretón, volvió a llevarla al volante. Seguía sin entender pero al verlo entre el tráfico decidí dejarlo -seguramente es por el ensayo -pensé al fin, ya que no recordaba haber hecho nada que lo molestara. Además, podrían haber sido solo ideas mías.

De pronto una maniobra un tanto brusca alejó mis pensamientos, había puesto el intermitente y estaba tomando una bajada de la autopista. Se disculpó levantando una mano a un bocinazo de alguien que venía detrás. Llegamos a una rotonda y mirando para ambos lados tomó una carretera casi desierta, estaba indeciso, hasta que vio la entrada a un camino particular de tierra.

-¿Qué estas haciendo? –pregunté mirando por la ventanilla.
-No lo sé.
Subió el freno de mano, desabrochó el cinturón, respiró profundo y acercándose me habló con mucha frialdad.
-¿Sabes lo qué me pasa? que estoy sintiendo cosas muy fuertes y no sé bien cómo explicarlas. Llegaste a mí como un remolino, de madrugada y arremetiendo contra todos mis límites, y te estás convirtiendo en algo peligroso…


-¿Peligroso? -murmuré  asombrada, no esperaba escuchar esa definición de nuestras emociones.
-Sí, porque cuando estamos juntos tengo  impulsos que no puedo dominar. Me siento…, temperamental, caprichoso y desarmado.
Su respiración me sacudía levemente el flequillo y aspirando una fuerte bocanada de su aire, me quedé sin palabras. 
Su boca se fundió en la mía y otra tormenta empezó a desatarse…, volvieron los relámpagos…, las ráfagas de viento y ese sabor a lluvia torrencial que jamás había probado. Sin darme tiempo a reprimirlo gemí y sus dedos se tensaron en mi cuello. Su lengua se embraveció y sin piedad llenó hasta el ultimo recoveco de mi boca. 

 El beso fue extenso, deseado y apasionado. Cuando alejó un poco la cabeza y con sus dedos presionándome la nuca lo vi agitado, sonrojado y con la mirada turbia.  
-No vuelvas a hacer eso…-susurró con un tono de voz ronco y crispado - no vuelvas a gemir así, en mi coche, en una carretera a plena luz del día y a minutos de mi trabajo. No sé si puedo dominarme.

-Mi amor…-me salió sin pensar -yo creí que te pasaba algo malo -acaricié lentamente su mejilla - que estabas enfadado o algo así.
-No podría cielo..., y menos hoy.
Su mirada se mostró abatida, resopló y volviendo a su asiento apoyó la cabeza en el respaldo. Los ojos se clavaron en el frente, la boca recta y con sus dedos recorrió distraído el volante. El tiempo parecía detenido.
-Kiki… dime qué quieres.

-Si lo supiera exactamente -habló sin girar la cabeza -te lo diría…
Se tocó la frente y con un soplido puso el motor en marcha. Se abrochó el cinturón de seguridad, aceleró un par de veces, dio marcha atrás y dejando una estela de polvo retomamos la carretera hasta la autopista.
Me sentía algo confundida, me moría por saber qué deseaba pero a la vez, no quería incomodarlo, además a mí también me pasaban cosas que me resultaban difícil de describir.

 Con la vista en el paisaje pensaba lo contradictorio de la situación, por un lado tenía mi marido, mis hijos, mi vida. Por otro al señor Enrique con el que me sentía plena, cortejada, mimada y completamente compatible y por último, el artista del que casi no sabía nada. Era al que más admiraba y con el que estaba a minutos de verlo en acción, pero... al que más le temía. No estaba segura si me gustaría vivir en medio de ese huracán que lo rodeaba, día y noche. 

 La verdad que todo me daba vueltas y viéndolo conducir en medio de un tenso silencio, en lo mas recóndito de mi mente, lo entendía a la perfección.

-¿Qué tal la pasaste anoche? -habló al fin y con su acostumbrada suavidad.
-No tengo palabras. Es indescriptible lo que sentí.
-Me alegra mucho porque -el sonar del teléfono nos interrumpió, se mordió el labio inferior, leyó el nombre de la llamada y lo ignoró -porque la pensé toda la tarde, quería que fuese perfecta, que estuviéramos solos y que te llevaras un recuerdo imborrable.
-Te aseguro que en mi vida me olvidaré de lo de anoche y todo de lo que viví contigo.

Su sonrisa de triunfo apareció a la vez que pasaba la tarjeta por el peaje, la barrera se levantó y volvió a la velocidad que llevaba.
-¿Te gusta la naturaleza?
-Me encanta ¿por qué?
-Para saber, estaba entre el mar o el campo…

-El campo también me gusta muchísimo es como el cable a tierra, la sencillez personificada. Uno mira la simpleza de la naturaleza y no deja de pensar en que tontos somos a veces, que sólo le damos importancia al dinero y el universo es lo imprescindible, el calor del sol, la frescura del agua, la brisa…-terminé cerrando los ojos perdida en mis pensamientos.

-¿Por qué no te conocí antes?

Murmuró tomándome la mano con fuerza, el silencio se hizo tenso, enmudecí imaginando una vida juntos, nuestros hijos, amanecer abrazados, ser su refugio…, calmar sus ansias…
Otra vez tuve la rara sensación de que se reprimía, que algo pasaba, que nos conectábamos pero me costaba descifrar el mensaje.

Sonó el teléfono, mi cabeza giró instintivamente hacia la ventanilla y él esta vez…, atendió. 
Me di cuenta que tenía las manos frías cuando me toqué los labios, todavía saboreaba el beso, todavía tenia la piel erizada…, las horas pasaban y me sentía cada vez peor.

La conversación estaba subiendo de tono, su voz me separó de la angustia que empezaba a sentir y cuando dejamos la autopista, bajando la marcha cortó algo enfadado.
-Te voy a presentar como la amiga de mi cocinera y mi más “ferviente” admiradora -ambos reímos con complicidad y terminó -ahora verás a Ricky Martin. Igual, te gusta más que el señor Enrique.

-No creo, el señor Enrique me llena por completo, no tengo ojos para otro hombre.
-En Miami.
Terminó algo serio entrando por un gran portón blanco. Entendiendo perfectamente la indirecta, no contesté, el fantasma de Leandro volvía a rondar. Cerré los ojos, suspiré para mi misma y poniendo punto final a mi partida, decidí disfrutar de lo que quedaba del día.

Casi al instante de llegar ya estábamos rodeados de gente de su entorno, organizadores, admiradoras, personal del estadio y guardaespaldas. Con su atractiva aura no dejó a nadie sin saludar, firmó autógrafos y se sacó más de una foto. Su espalda estaba más erguida y  con los ojos brillando de alegría cautivó a “su gente”. Entre todas esas personas caminé a una distancia prudencial y pasé desapercibida, me sentí invisible al punto de poder observar sin problemas una pequeña parte de su trabajo diario.

Nos entramos en un amplio pasillo pero debido a todas las personas que lo seguían, quedé un poco rezagada, se oían gritos, algo de nerviosismo, corridas y él ajeno a la tarea de los guardaespaldas, trataba de llegar a todo el que lo reclamaba. Cada vez lo tenía más lejos, se acercaba hasta la última oficina que fue abierta metros antes que llegara. Me estaba preguntando ¿cómo iba a hacer si me dejaban fuera? cuando ante mis ojos se cumplió la premonición, una vez que él pasó cerraron la puerta quedando un gentío del otro lado, incluida yo.

 De pronto una mano fuerte me tomó del brazo, mi vista se clavó en unos ojos negros que pertenecían a un hombre de anchas espaldas, alto, de traje gris, con un auricular en su oreja derecha y pelo bien corto con matices plateados.
-Acompáñeme por favor –fueron sus palabras y entonces comprendí que tenía un “pase especial”.

Asentí y me dejé llevar hasta la puerta que automáticamente se abrió ni bien llegar. La habitación era amplia, iluminada por el sol que penetraba por unos inmensos ventanales, decorada exquisitamente en madera y cuero negro. Ricky se había sentado en la cabecera de una mesa ovalada y larga, con unas veinte sillas a su alrededor.

Varios hombres se acomodaron a su lado con carpetas, otros hablaban por teléfono paseándose cerca de las ventanas y un grupo se reunía de pie intercambiando información. Nuestros ojos se encontraron, sentí una protección indescriptible, fue un segundo en el que nos dijimos todo “¿creías que me había olvidado de ti?” leí sin dificultad y sus labios se curvaron en un gesto casi inexistente de complicidad.

-Caballeros…-llamó la atención de todos -ella es Patricia, una ferviente admiradora mía e intima amiga de mi cocinera a la que aprecio mucho, viene a disfrutar del ensayo.
Los colores se instalaron en mis mejillas y con una leve inclinación de cabeza, saludé al grupo que me dio la bienvenida. Sintiéndome muy incomoda me senté en un gran sillón que se enfrentaba al ventanal, ahí esperé hasta la hora de ir al escenario, que era donde lo quería verlo en acción. Tomé una revista mientras hablaban de la presentación, que como era una participación con fines benéficos, donde actuarían varias estrellas, cada una tenía su espacio y con el tiempo estrictamente contado.

 Los perfumes se mezclaban con el del cuero de los sillones, pero fui totalmente consiente que el de él predominaba en el ambiente. Lo diferenciaba sin problemas. 
De pronto el celular le sonó y esta vez fue su secretaria la que lo atendió.

-Es de su casa -le dijo al dárselo. Algo despreocupado respondió y en sin darme cuenta había caminado hasta mí porque la llamada era de Paulina. 
Lo tenía de pie con una mano en la cintura y no necesité observarlo, para saber el grado de intensidad de su mirada.
-Es para ti.

Nuestros dedos se rozaron y una corriente eléctrica me recorrió la columna vertebral, me sonrojé y sin poder mirarlo atendí. Me puse de pie mientras él se acercaba a la mesa, hablé con Pau que me estaba preparando la maleta y quería estar segura de la hora de la partida. Mientras miraba por la ventana y le daba la espalda al hombre más requerido del lugar, le conté a mi amiga todo lo que estaba viviendo, y ella muy emocionada se reía del otro lado.

 -Disfrútalo -me había dicho –no dejes que nada empañe estas ultimas horas.
-Eso intento…

Al darme vuelta nos miramos otra vez y en vano traté de que fuese lo más corta posible, “se acerca la hora” leyó sin problemas en mis ojos, “ya lo sé…” parecía responder. Al cortar se acercó y llevándome de la cintura hasta el ventanal, fingió mostrarme algo señalando a la nada. Sus dedos me quemaban y luché para no abrazarlo y gritar cuando murmuró:

-Te lo tendría que haber dicho en el coche, sé que no es el mejor lugar, pero… -se aseguró con una mirada rápida hacia atrás que nadie nos escuchaba y continuó -¿no puedes buscar la forma de quedarte dos días más?
-Kiky…- se me escapó sintiendo erizada mi piel - ¿era eso...?

Nuestras respiraciones se mezclaron, la habitación tembló y el resto del mundo desapareció por completo. Me sentí frágil, triste, alegre…, halagada y temerosa. Todo en un segundo. Las yemas de sus dedos quemaban en mi espalda. Nos enredamos a pesar de la corta distancia. Nos fundimos casi sin tocarnos. Podía sentirlo. 

Unas risas de los hombres ajenos a nosotros nos trajo a la realidad, volvió a señalar otro inexistente punto de atención en la ventana y agachó la cabeza.

-Sí -dijo en mi oído mientras miraba para atrás, controlando que no llamáramos mucho la atención -no sabía cómo pedírtelo y ahora que se acerca la hora…
-Voy a pensar en algo -contesté con un gran esfuerzo y la voz entrecortada.
-Dios, me tiemblan los músculos por abrazarte…

-Y yo muero por tu calor…-susurré sin la certeza de que me hubiera oído. 
Su vista se clavó al frente, un músculo le latió en la mandíbula y poco a poco sus mejillas se tiñeron de rojo. Y ahí comprendí de que sí, efectivamente, me había escuchado.







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